Ya era hora de que Mariano Rajoy moviera ficha, aunque finalmente no consiga los apoyos parlamentarios suficientes y tengan que convocarse nuevas elecciones, las terceras en menos de dos años, y un nuevo suplicio para los que nos estamos hartando de campañas electorales vacías y sin contenidos que parecen incentivar más la abstención que la participación.
Y digo ya era hora porque es la primera vez que Rajoy muestra algo de iniciativa política, asume que es a él al que le toca convencer a los posibles socios, apoyos o abstencionistas de que merece la pena dejar la interinidad en la que está embarcado el país y pasar de ser presidente en funciones a presidente a secas, aunque ya lo de seco -políticamente hablando- le viene al hombre por carácter. Tras las primeras elecciones, el gallego se parapetó en el “no tengo apoyos suficientes” mientras el resto de fuerzas políticas intentaban lo que él parece que ya sabía que iba a ocurrir: la repetición de elecciones. Entre medias ha dejado un PSOE sin liderazgo y dividido, un Podemos estancado sin saber si es por los mensajes o por la ideología, y un Ciudadanos desinflado pero no pinchado, mientras el resto de grupos minoritarios, incluidos los nacionalistas, se recomponían en cada uno de sus territorios.
A Rajoy le toca ahora demostrar que, por lo menos, puede defender su programa y adaptarlo buscando apoyos. Y de camino, si es que consigue salir aupado a Moncloa nuevamente, a ver si da un golpe en la mesa a la infinidad de “administradores” que pululan dependiendo de cada gobierno y a los que parece que se les ha olvidado que hay que gestionar la cosa pública aunque no haya gobierno. Y no me refiero precisamente a las grandes infraestructuras, sino a esos pequeños detalles del día a día, a ese “Vuelva usted mañana” que estamos pendientes de si alguien manda en Moncloa al que se han acogido muchos para tener paralizada media administración nacional, autonómica y hasta local.
