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Despertares

Hoy no ha sonado el despertador y cuando la luz fue ganándole terreno a la penumbra de la habitación, en vez de escuchar la voz de mi conciencia reprochándome la molicie en la que había caído...

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Hoy no ha sonado el despertador y cuando la luz fue ganándole terreno a la penumbra de la habitación, en vez de escuchar la voz de mi conciencia reprochándome la molicie en la que había caído y me sacudiera la dulce pereza en la que gustosamente nadaba a esas horas de mañana, me quedé allí conmigo mismo abandonado al río caprichoso de la memoria y los recuerdos.  La primera vez que desperté, noté un cachetazo en la nalga derecha que me invitaba a recibir al mundo con un llanto muy entonado. Después desperté sobresaltado cuando llegó el primer día de colegio de uniforme azul y cuello blanco de plástico donde iba a ser recibido por unas monjas muy amables y comprensivas que me dejaban dormir durante toda la jornada escolar y al final de la semana me condecoraban con una banda de raso celeste por mi impecable dedicación a derrumbar mi cabeza de rizos sobre el pupitre que me servía de almohada. El día que alumbró mi primer enamoramiento, me desperté sin tener conciencia de tan emotivo acto, mezcla de sentimiento platónico y colosal inflamación hormonal de la portañuela. Desperté luego a la universidad, al gran conocimiento encontrado en las páginas de muchos libros escritos por autores de mucho calado intelectual y profundidad filosófica. Después de desbrozar un poco el terreno y, en la terminología machadiana, distinguir el ruido de las voces, aprendí a disfrutar de las mejores páginas de nuestra literatura, a saber apreciar el peso del color y la forma en un cuadro equilibrado de talento, inspiración y oficio, y a sentir la conmovedora belleza de un silencio de redonda en mitad de una sonata agónica. Por último desperté a la vida adulta y me encontré ingresado correctamente en el mundo laboral, social y familiar, y un aluvión de órdenes, obligaciones y horarios inaplazables cayeron sobre mí hasta hacerme desaparecer tanto física como existencialmente. Todo despertar era un serviam debido a algo o a alguien. Hoy me he despertado sin prisas. Siento mi cuerpo envuelto en unas sábanas muy acogedoras. Mi cabeza está medio hundida en una almohada muy mullida y una mantita liviana me mantiene calentito. Hay despertares miserables, patéticos, insoportables, rutinarios, incluso evitables. Pero hoy he elegido un despertar placentero. No sé cuando me levantaré porque estoy dedicado a pensar en que un poco más allá de nuestra monótona vida hay un cielo muy azul, un viento fresco que rebota en nuestra cara, un mar oferente que estimula nuestra imaginación de robinsones urbanos, el artículo de nuestro escritor favorito esperando que lo leamos en la terraza de cualquier café, una ensalada de pimientos para el aperitivo barnizada con el mejor aceite de oliva virgen o adivinar el destino de los barcos que hacen sonar sus bocinas con toques crípticos muchas veces ahogados por una niebla de harina. Después de esta experiencia voy a repetir estos despertares demorados y lentos. Sólo necesito unas sábanas, una almohada, una mantita y una mañana de calma.

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