Michael Jackson había nacido con un don excepcional para la música y el baile, con una voz negra prodigiosa.
Michael Jackson había nacido con un don excepcional para la música y el baile, con una voz negra prodigiosa. Unido a este dechado generoso de la naturaleza estaban los enormes miedos que le acometían. Quería blanquear el horizonte de sus temores como el de su piel usando la medicina, la cirugía, los fármacos y un ambiente de burbuja donde encontrarse seguro.
Los temas de sus discos parecían proclamar sus intenciones o sus miedos: Bad, Thriller, Dangerous. Como la discografía de una muerte anunciada. Tanto cantar al mal, a las películas de miedo y a lo peligroso, que el mal se hacía presente en su vida. Jackson llegó a cantar a la Morphine, la que le paliaba el dolor y la que le fue quitando la vida.
Machín cantaba al que despreciaba a los negros por no pintar angelitos café con leche o de color chocolate. Jackson despreciaba a los negros al descafeinar su piel, al no querer ser como ellos. Con lo que habían luchado tantas generaciones de negros en América, con tantas muertes que costó vencer el racismo negro, ahora venía el Miguelito Joaquínez y se lo cargaba todo.
Dice Lisa Marie Presley: “Hace años Michael y yo tuvimos una conversación profunda sobre la vida en general. No puedo recordar exactamente el tema, pero puede ser que él me preguntara sobre las circunstancias de la muerte de mi padre. En algún momento se paró, y me miró muy intensamente y dijo con una calma certera, “me temo que voy a terminar como él, de la misma forma en que él lo hizo”. Rápidamente traté de disuadirlo de esa idea, pero en ese momento él sólo se encogió de hombros y asintió casi para hacerme saber que él ya sabía como sería”. (…) “Él poseía una increíble fuerza dinámica, un poder que no debía subestimarse. Cuando se utilizaba para algo bueno, era lo mejor, y cuando él lo utilizaba para algo malo, era demasiado, demasiado malo”.
Nadie entiende la vida de un genio, pero sí vemos que hay genios que se dejan rescatar y otros genios que se dejan ir al precipicio.
Michael Jackson blanqueó la piel de su cara y sus manos, pero no blanqueó el miedo de su existencia tan llena de talento como de desesperación. El concierto de más audiencia fue el de su propio entierro.
Los vientos del éxito socavan al genio que no ha echado raíces, que no ha estado bien cimentado. La gran energía no bien canalizada es fuente de autodestrucción diabólica.