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La tribuna de El Puerto

El tuerto en el país de los ciegos

Dicen que no hay más ciego que el que no quiere ver. Yo iría un poco más allá y afirmaría que no hay más ciego que aquel que se contenta con una visión parcial

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Dicen que no hay más ciego que el que no quiere ver. Yo iría un poco más allá y afirmaría que no hay más ciego que aquel que se contenta con una visión parcial de la realidad. Admitir una visión sesgada del entorno como una realidad, es admitir una verdad desvirtuada y, en ocasiones, perjudicial en cuanto que no admite como real lo que no percibe.

No es una cuestión de percibir sólo a izquierdas o percibir sólo a derechas o incluso sólo percibir al centro.

Percepción que, dicho sea de paso, se me asemeja en ocasiones a un cierto estrabismo conceptual que igualmente falsea la realidad.

Verán, pertenezco a una generación que despertó a la sociedad civil en plena Transición, es por ello que los que ya peinamos más canas que pelo oscuro tenemos en gran estima un concepto del cual nos empapamos en plena juventud: la democracia.

Es por ello que acogimos con cierta simpatía, propia de nuestro “espíritu ochentero”, el surgimiento de los mal llamados nuevos partidos.

Estas nuevas corrientes enarbolaban estandartes que realmente valoramos, tales como libertad de expresión, honestidad y democracia.

Cual fue nuestra sorpresa cuando, por más que buscábamos bajo estos estandartes, siempre nos encontrábamos a un tuerto portándolos.

Si, a un tuerto… ideológicamente hablando, entiéndanme. Si no hay más tuerto que el que percibe una realidad sesgada, no hay más tuerto que el que utiliza la ideología para sesgarla.

Y digo un tuerto porque estos entienden la libertad como su libertad, la democracia como su democracia y la libertad de expresión como su libertad de expresión.

Convirtiendo estos conceptos universales en armas de propiedad exclusiva. Utilizando estos términos como una gabardina que oculta su exhibicionista falta de democracia.

Estos días, en pleno revuelo del “caso Clavero”, se habla de honestidad. Honestidad que este que les habla no pone en duda - nosotros sí practicamos la presunción de inocencia-, pero que una vez más hace referencia a su honestidad, olvidando que la honestidad de los demás ha sido lapidada, amparada en la libertad de expresión… recuerden: su libertad de expresión.

Todos tenemos pajas en los ojos, lo que no podemos permitirnos es tener vigas y no ser conscientes de ello porque entonces no seremos tuertos sino ciegos, y siempre habrá algún tuerto dispuesto a guiarnos por el camino sesgado de su realidad.

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