Menudo golpe recibe una así, de pronto, en una misma pregunta: “unidad, acción, izquierda andaluza…”. El propio término ‘izquierda andaluza’ debería llevar implícito el primero, unidad de acción, pero parece que no es así. Se trata de un déficit político, social y me atrevería a decir que emocional e incluso cognitivo que arrastramos desde que Andalucía lo es.
A estas alturas, siendo plenamente consciente de esta “tara”, es toda una aventura aportar ideas eficaces o al menos originales para revertirla. Parece que se ha probado todo. ¿O no?
Ir a las posibles causas del problema parece el paso más coherente para abordar la cuestión; poner sobre la mesa los fracasos y los logros mutilados (que también los ha habido) es lo lógico, incluso si acometemos este asunto como si de un problema científico se tratara. ¿Por qué? O ¿por qué no?
Perdonen que me salte los detalles, entre otras cosas porque ya se ha dicho todo cuanto debíamos saber, aunque cada cual lo ha entendido a su manera, y es comprensible….Parece que no hemos aprendido nada. Y es aquí donde sí quiero detenerme.
Según David Ausubel, un aprendizaje será significativo en la medida en que el nuevo conocimiento se integra en los que la persona que aprende ya posee, es decir, una idea nueva no aterriza en la mente humana porque sí, en una pista de aterrizaje vacía y sin obstáculos; la nueva idea ha de encajar de algún modo en un entramado mental complejo, llenito de experiencias anteriores, conocimientos, emociones, etc.
Por esta razón, dadas las dificultades que este proceso entraña, el cerebro tiende a desechar todo aquello que, a priori, pueda resultar un sobreesfuerzo o un conflicto cognitivo excesivo para su rutina diaria. Miles de ideas nuevas se transportan en nuestro universo lingüístico y social sin que se integren en nuestros ‘minimundos’ mentales individuales.
La derecha lo tiene fácil, porque no hay conflicto cognitivo que superar: “las cosas son así y siempre lo serán, los ricos son ricos y los pobres, pobres”, y para convencerse de ello sólo tienen que transmitir como una letanía sus discursos. ¿Pero qué le pasa a la izquierda? ¿Es posible que le haya ocurrido exactamente lo mismo que a la derecha? Pensémoslo un momento: ¿hemos modificado nuestro discurso a tenor del fracaso? ¿Hemos cambiado el contenido del mismo ante la nueva situación global? ¿Hemos intentado un acercamiento real entre posturas para generar una apuesta común, que nos incluya a todas? A la vista de los resultados, obviamente la respuesta es no. No hemos movilizado ni un ápice nuestras ideas previas para encajar las nuevas, pese a los cambios recientes y a la “nueva política” que verbalmente abanderamos.
¿Qué ocurre entonces? A mi juicio, hay estructuras de pensamiento inmóviles o que directamente no existen, sea cual sea la opción política en la que militemos o con la que simpaticemos.
La primera de ellas es que seguimos perdidos en un todo programático como si este planeta, el que nos ampara, pudiese darnos vida indefinidamente. El cambio climático nos viene grande, admitámoslo; es el problema –en mayúsculas-, pero no encaja en nuestro entramado mental ni en nuestro discurso. Hablar de derechos sociales, de ricos y pobres, de igualdad o equidad, hoy en día, debería ser hablar de cómo solucionar el problema de que la Tierra no aguanta mucho más. La política no es ni más ni menos que la gestión de la vida, y no podemos continuar dilatando el asumir esta tarea como la principal. Eso no significa que debemos dejar de ocuparnos, por ejemplo, del derecho a la vivienda -no simbólica-; significa que debemos atender esta cuestión integrándola en otra mayor; el derecho a nuestra vivienda global -la Tierra-.
La segunda nos suena algo más, sobre todo porque empezamos a utilizarla con cierta soltura, aunque sigue sin encontrar el modo de aterrizar en muchas de nuestras cabezas. Hasta ahora, izquierda, derecha, centro, arriba, abajo, en medio…Todas las opciones políticas conocidas por la mayoría no han incluido de facto el feminismo en sus posicionamientos. Las formas, los fondos, las cúpulas y las bases continúan ancladas en las ideas y/o comportamientos aprendidos durante milenios. El individualismo sigue prevaleciendo sobre lo colectivo; el éxito y los egos continúan gobernando partidos y plazas (no nos engañemos, también las plazas ocupadas por el 15M); la verticalidad persiste, pese al empeño de unos cuantos en “horizontalizar” la gestión de la vida.
(Un paréntesis para conectar con la ideas previas de muchas personas que oyen/leen esto por primera vez; el feminismo persigue la equidad entre todas las personas del planeta Tierra, no sólo en su faceta de ser hombres o mujeres, sino en la de ser personas que comparten un planeta común y no viven en igualdad de oportunidades.)
Lev Vigostky, otro conocido de los maestros y maestras, planteó su teoría de la Zona de Desarrollo Próximo (ZDP), la cual podríamos definir como la distancia entre lo que una persona puede aprender por sí misma y su potencial con la ayuda de otras personas. Cuando me explicó MJ Lera esta teoría en la facultad de Ciencias de la Educación, utilizó un símil que ahora me viene al pelo: imaginad la ZDP como el trayecto que ha de hacer un bebé cuando da sus primeros pasos hacia los brazos de una persona adulta; sin esos brazos, puede que tarde mucho más en caminar; con el amor y la seguridad que esos brazos ofrecen, el bebé caminará antes y mucho más lejos.
Tradicionalmente, son brazos de mujer quienes han esperado a los bebés, en todos los sentidos que queráis imaginar, físicos y figurados. ¿Por qué no nos arriesgamos a ser originales? ¿Por qué no dejáis que seamos nosotras quienes extendamos los brazos para que la izquierda avance?
Sé que esta propuesta puede resultar muy antipática para quienes aún están en proceso de encontrarse con el feminismo que defienden, pero no apelo ahora a vuestra capacidad de justicia, sino a vuestra lógica: es lo único que no hemos intentado. ¿Y si funciona?
Menudo golpe recibe una así, de pronto, en una misma pregunta: “unidad, acción, izquierda andaluza…”. El propio término ‘izquierda andaluza’ debería llevar implícito el primero, unidad de acción, pero parece que no es así. Se trata de un déficit político, social y me atrevería a decir que emocional e incluso cognitivo que arrastramos desde que Andalucía lo es.
A estas alturas, siendo plenamente consciente de esta “tara”, es toda una aventura aportar ideas eficaces o al menos originales para revertirla. Parece que se ha probado todo. ¿O no?
Ir a las posibles causas del problema parece el paso más coherente para abordar la cuestión; poner sobre la mesa los fracasos y los logros mutilados (que también los ha habido) es lo lógico, incluso si acometemos este asunto como si de un problema científico se tratara. ¿Por qué? O ¿por qué no?
Perdonen que me salte los detalles, entre otras cosas porque ya se ha dicho todo cuanto debíamos saber, aunque cada cual lo ha entendido a su manera, y es comprensible….Parece que no hemos aprendido nada. Y es aquí donde sí quiero detenerme.
Según David Ausubel, un aprendizaje será significativo en la medida en que el nuevo conocimiento se integra en los que la persona que aprende ya posee, es decir, una idea nueva no aterriza en la mente humana porque sí, en una pista de aterrizaje vacía y sin obstáculos; la nueva idea ha de encajar de algún modo en un entramado mental complejo, llenito de experiencias anteriores, conocimientos, emociones, etc.
Por esta razón, dadas las dificultades que este proceso entraña, el cerebro tiende a desechar todo aquello que, a priori, pueda resultar un sobreesfuerzo o un conflicto cognitivo excesivo para su rutina diaria. Miles de ideas nuevas se transportan en nuestro universo lingüístico y social sin que se integren en nuestros ‘minimundos’ mentales individuales.
La derecha lo tiene fácil, porque no hay conflicto cognitivo que superar: “las cosas son así y siempre lo serán, los ricos son ricos y los pobres, pobres”, y para convencerse de ello sólo tienen que transmitir como una letanía sus discursos. ¿Pero qué le pasa a la izquierda? ¿Es posible que le haya ocurrido exactamente lo mismo que a la derecha? Pensémoslo un momento: ¿hemos modificado nuestro discurso a tenor del fracaso? ¿Hemos cambiado el contenido del mismo ante la nueva situación global? ¿Hemos intentado un acercamiento real entre posturas para generar una apuesta común, que nos incluya a todas? A la vista de los resultados, obviamente la respuesta es no. No hemos movilizado ni un ápice nuestras ideas previas para encajar las nuevas, pese a los cambios recientes y a la “nueva política” que verbalmente abanderamos.
¿Qué ocurre entonces? A mi juicio, hay estructuras de pensamiento inmóviles o que directamente no existen, sea cual sea la opción política en la que militemos o con la que simpaticemos.
La primera de ellas es que seguimos perdidos en un todo programático como si este planeta, el que nos ampara, pudiese darnos vida indefinidamente. El cambio climático nos viene grande, admitámoslo; es el problema –en mayúsculas-, pero no encaja en nuestro entramado mental ni en nuestro discurso. Hablar de derechos sociales, de ricos y pobres, de igualdad o equidad, hoy en día, debería ser hablar de cómo solucionar el problema de que la Tierra no aguanta mucho más. La política no es ni más ni menos que la gestión de la vida, y no podemos continuar dilatando el asumir esta tarea como la principal. Eso no significa que debemos dejar de ocuparnos, por ejemplo, del derecho a la vivienda -no simbólica-; significa que debemos atender esta cuestión integrándola en otra mayor; el derecho a nuestra vivienda global -la Tierra-.
La segunda nos suena algo más, sobre todo porque empezamos a utilizarla con cierta soltura, aunque sigue sin encontrar el modo de aterrizar en muchas de nuestras cabezas. Hasta ahora, izquierda, derecha, centro, arriba, abajo, en medio…Todas las opciones políticas conocidas por la mayoría no han incluido de facto el feminismo en sus posicionamientos. Las formas, los fondos, las cúpulas y las bases continúan ancladas en las ideas y/o comportamientos aprendidos durante milenios. El individualismo sigue prevaleciendo sobre lo colectivo; el éxito y los egos continúan gobernando partidos y plazas (no nos engañemos, también las plazas ocupadas por el 15M); la verticalidad persiste, pese al empeño de unos cuantos en “horizontalizar” la gestión de la vida.
(Un paréntesis para conectar con la ideas previas de muchas personas que oyen/leen esto por primera vez; el feminismo persigue la equidad entre todas las personas del planeta Tierra, no sólo en su faceta de ser hombres o mujeres, sino en la de ser personas que comparten un planeta común y no viven en igualdad de oportunidades.)
Lev Vigostky, otro conocido de los maestros y maestras, planteó su teoría de la Zona de Desarrollo Próximo (ZDP), la cual podríamos definir como la distancia entre lo que una persona puede aprender por sí misma y su potencial con la ayuda de otras personas. Cuando me explicó MJ Lera esta teoría en la facultad de Ciencias de la Educación, utilizó un símil que ahora me viene al pelo: imaginad la ZDP como el trayecto que ha de hacer un bebé cuando da sus primeros pasos hacia los brazos de una persona adulta; sin esos brazos, puede que tarde mucho más en caminar; con el amor y la seguridad que esos brazos ofrecen, el bebé caminará antes y mucho más lejos.
Tradicionalmente, son brazos de mujer quienes han esperado a los bebés, en todos los sentidos que queráis imaginar, físicos y figurados. ¿Por qué no nos arriesgamos a ser originales? ¿Por qué no dejáis que seamos nosotras quienes extendamos los brazos para que la izquierda avance?
Sé que esta propuesta puede resultar muy antipática para quienes aún están en proceso de encontrarse con el feminismo que defienden, pero no apelo ahora a vuestra capacidad de justicia, sino a vuestra lógica: es lo único que no hemos intentado. ¿Y si funciona?
Mar Oliver
Coportavoz de EQUO Sevilla