Hay recuerdos infantiles que se te quedan bien grabados aunque sus contenidos no sean de hechos muy importantes, misterios de nuestra mente...
Hay recuerdos infantiles que se te quedan bien grabados aunque sus contenidos no sean de hechos muy importantes, misterios de nuestra mente. Tengo vivo el del fotógrafo que venía a casa para hacernos la foto de familia, esa que luego servía para el libro oficial y la que también mi padre mandaba por Navidad a todo amigo o familia que se encontraba fuera de las lindes de Cádiz. Recuerdo que vino una de las veces en pleno tórrido agosto con un calor propio de la circunstancia. Mi madre le ofreció al fotógrafo algo de beber. “Si puede, déme lo que más quita el calor y la sed”, dijo el fotógrafo como lanzando una adivinanza para todo el grupo. Mi madre, que es ducha en estas lides y en otras muchas, respondió: un café. Y bien caliente. Porque el calor es el mejor remedio para el calor, como decía Hahnemann.
Hablar de calor en agosto me parece algo insustancial, si no fuera porque arde nuestro bosque sin remedio y sin piedad de los pirómanos que sacarán beneficio del suelo quemado sin acordarse que muchas personas, entre ellos bomberos, perdieron la vida.
Hablar de calor en verano es tan redundante si no fuera por el fuego de las bombas en Burgos, donde una legión de ángeles de la Guarda paró las ondas mortales. O de las otras que sí mataron de la mano de ETA y todos sus aliados demócratas.
O como hablar de lo que quema el número de parados. Claro que como en España hace más calor que en el resto de Europa, es lógico que haya más parados, indecibles, incalculables. Sin que por ello el Gobierno español se plantee acabar con el calor de agosto, que es ecológico.
Hablar de calor ahora es como hablar del fuego cruzado de abortistas contra el presidente del CGPJ, don Carlos Dívar, al que acusan de no darles la razón…
Pero para hablar de calor podíamos hablar del de la gripe mexicana y porqué si viene una epidemia tan mórbida no se deja correr en verano para que se inmunice naturalmente todo el mundo, y así cuando venga la estación del frío sea más benigna.
Y para fuego el intento de incendiar la iglesia de santa Genoveva en Madrid como hacían antes de la Guerra Civil.
Con tanto fuego, parece como si el diablo anduviera suelto prendiendo aquí, azuzando allá y soplando acullá.
Esto está que arde. Una quemadura se cura aproximándola a un poco de calor. Como decía Hahnemann el calor hay que combatirlo con el calor. Con la calidez humana que sale del calor del corazón. O con el calor de las ideas bien incendiadas. O por quemarme, me quemo con el café caliente que ofreció mi madre al fotógrafo y que se lo tomó degustando, con un cigarro encendido en la mano. Sin escándalos. E hizo la foto y salimos todos guapísimos.