Me horroriza observar cómo estamos mediatizados por el poder, cómo somos capaces de caer una y otra vez en el mismo juego, sin llegar a procesar cognitivamente la información que desde ‘los altares’ nos llegan. Entramos con excesiva facilidad en las batallas campales que libran los mandatarios, zarandeándonos de una u otra manera a través de los imperios mediáticos abonados con talones en blanco, que danzan como coribantes al son del sonido de la calderilla en los bolsillos.
Estos fabricantes de historias, el poder, marcan las pautas de conductas creando escenas condicionadas para sus propios intereses; historias avaladas por mercaderes de pluma barata, que prostituyen la dignidad de sus propios coetáneos, cegados por una supervivencia efímera y con infinidad de desenlaces, dependiendo siempre de quienes estén en dicho pedestal. Nos es lo mismo exponer las necesidades de un pueblo que sufre el hambre y que arriesga su vida y las de sus seres más queridos, que contar los delitos que algunos puedan llegar a cometer tras pasar las murallas de la muerte, confundiendo una parte por el todo y creando ese enfrentamiento necesario de odio y miedo que estamos actualmente percibiendo tras "las historias" parcialmente vertidas en medios y redes sociales.
El problema no radica en ese estereotipo que se está creando alrededor de otras culturas, lo preocupante, realmente, es que está influyendo excesivamente, creando ese etnocentrismo peligroso que da una visión irreal y despoja la dignidad a dichos pueblos, dificultando esa igualdad necesaria para una convivencia global y multicultural que nos hace crecer como especie, donde las rivalidades no estén condicionadas por el color de la piel, el sexo o el país de origen. Que nadie se confunda, yo no estoy a favor de vivir en un país en el que las calles estén llenas de hambre, delincuencia y menas sin rumbo y objetivos en la vida, pero no por mis miedos a perder la seguridad, el trabajo o el simple agua potable que obtengo, por el mero hecho de nacer en este país, de abrazar a la suerte, es propia humanidad.
Enfatizar las diferencias, sin visualizar las virtudes, fomentar las carencias sin dar valor a sus otros posibles valores, potenciar sus desgracias, sin resaltar el espíritu de supervivencia, es tarea fácil para aquellos que apelan al miedo por y para lograr mantenerse en el poder, un poder que actúa de la misma forma con el pueblo, lanzándonos al ruedo, mientras cuentan los votos desde las barreras.