La experiencia que deja poso en el carácter de una persona viene a expresarse en nuestro idioma como vivencia, una palabra que nace en el seno de la filosofía alemana y que se extiende rápidamente a nuestro idioma.
A estas alturas de la película -¡casi treinta años nos contemplan!- creo que es exigible a quienes hablemos ahora de la Exposición Universal de Sevilla 1992, un mínimo currículo de vivencias porque, con los errores propios del ser humano, el testigo puede contar lo que vio, e incluso lo que quiso o imaginó ver.
Me atrevo en mi caso a redactar “la crónica del partido” porque desde los tiempos del “evento” en pañales me dejé, como Director General de la organizadora, media vida en su concepción y divulgación.
Llegué a la Expo en la plenitud personal -antes de cumplir los cincuenta años- y profesional -después de ser el Interventor general de la Administración del Estado y Director de Auditoría y Control de Iberia Líneas Aéreas- quemando mis naves en Madrid y cambiando el futuro de mi familia, por entonces felizmente ambientada en la capital de España.
Vine ganando lo mismo, por lo que, haciendo balance de los siete años dedicados a la Expo, perdí dinero. Más el lucro cesante de cortar mi carrera en la Villa y Corte.
¡Y mereció la pena!
Porque la mereció para Sevilla, para Andalucía y para España.
Vimos a nuestra Sevilla convertida durante seis meses en la ciudad más universal del mundo, en la ciudad de ciudades. Y como aquellos Pirineos en Despeñaperros que nos condenaban a una marginación geográfica oclusiva y que dificultaba nuestro turismo, nuestros servicios en general y la salida de nuestra producción agraria, justamente a las puertas del mercado único, desaparecieron en gran parte con los más de mil doscientos nuevos kilómetros de autovías, la primogenitura del AVE, la modernización de los aeropuertos de Almería, Jerez, Málaga y Sevilla, y tantas y tantas obras públicas y restauraciones en el patrimonio histórico y artístico.
Mereció la pena, porque no es cierto que aquella atención y aquellas inversiones “nos tocaban” ya; lo que nos tocó fue el gordo de la Expo, la expo-pretexto, gracias al cual se adelantaron o inventaron las necesarias pedreas en infraestructuras de toda índole. Un ejemplo: la única carretera que no se desdobló para el noventa y dos fue la Ruta de la Plata que, sin el acicate de la Expo, sólo se ultimó quince años más tarde.
Mereció la pena por la mejora en las expectativas empresariales y en la oferta turística, en número de plazas y en la calidad de los servicios; por la aceleración en los planes de formación del personal; por la difusión nacional e internacional de la programación y del desarrollo de la muestra, con cerca de veinticuatro mil periodistas como portavoces cualificados; etc., etc.
Mereció la pena para los más de veinte millones de visitantes con sus más de cuarenta millones de visitas que, en su aplastante mayoría, alabaron el sorprendente espectáculo “made in Andalucía”.
Cualquier deficiencia en la obtención de los objetivos culturales y económicos a partir del noventa y tres, no es imputable al singular acontecimiento que si puso las bases para cimentar un futuro distinto para Sevilla y para todo el sur de España. Con todo tenemos allí el mayor Parque Tecnológico de España.
Después de participar desde el principio en la génesis y montaje de la Exposición -mi tarjeta de acceso al recinto tiene el número 2- fui designado, los dos últimos años, Comisario de la Ciudad de Sevilla para 1992.
El Pabellón de la ciudad sede, cuya espléndida planificación general heredé de mi antecesor, fue un claro exponente de la historia, del presente y de las líneas maestras de la mejor Sevilla.
La ciudad sede y el recinto estuvieron a la altura de las singulares circunstancias, y los sevillanos con su calor y su presencia masiva y continuada convirtieron la excelente oportunidad en un gran éxito.
Fueron los habitantes de Sevilla quienes desmontaron la leyenda negra sobre el feliz acontecimiento y con el boca a boca de su entusiasmo redondearon una aventura que para la Oficina Internacional de Exposiciones supuso el resurgir de las mismas.
Hoy, recordamos a todos los que hicieron posible el milagro y por todos ellos dejo aquí los nombres de Manuel Olivencia, Comisario General, y de Jacinto Pellón, Consejero Delegado.
¡Gracias! Y mis oraciones.