Dicen los chirigoteros que no hay cosa más fea que un pantalón sin correa, pero yo creo que sí, que hay algo más feo todavía, y es esa uniformidad que se les está practicando a los naranjos de la Corredera y a otros árboles del Paseo a golpes de tijeras y podaderas.
No sé si ustedes se han dado cuenta, pero los naranjos de la Corredera parece que acaban de salir de la barbería, todos igual de redonditos, con las cabezas igualmente amuebladas de verde. Me recuerda a mi casa, porque en vísperas de Feria nos mandaban a todos a pelarnos, y allá que salíamos mis hermanos y yo con las cabezas iguales, o sea, pelados al cero y con el flequillito cortado con una regla.
Vaya por delante el respeto al Delegado de Medio Ambiente y a los técnicos a su mando, pero me parece que tratando de hacer algo bueno se han cargado la diversidad dentro de la igualdad. Lo que quiero decir es que cada naranjo, cada árbol, como cada persona, son y deben mantenerse distintos al resto. Habrá naranjos alborotados, con las ramas pugnando por colarse en las ventanas altas de la Corredera, y habrá naranjos tranquilos, achaparrados, pacientes, que sin importarles su aspecto esperen abril para regalarnos su olor a azahar, que es, aquí en la tierra, el olor más parecido al Paraíso.
Los árboles de ciudad han sido homenajeados en bellos poemas o cantado por cantautores como Luis Eduardo Aute. Los árboles, que son de campo, de huerta, de paraíso terrenal, ya sufren lo suyo cuando son llevados a la urbe, cuando son desenterrados de la tierra para ser llevados al asfalto como si fueran esclavos verdes, para que encima le echemos la permanente, ese peinado tan misterioso que se hacían nuestras tías cuando iban a asistir a una boda.
No digo yo que convirtamos el Paseo en una selva, pero creo que debemos dejar a los árboles crecer, buscarse la vida cada uno a su manera. No creo en la uniformidad porque creo en la diversidad, en el mestizaje, en los cruces de razas que suelen dan lo mejor de cada una. Por eso me entristece ver a estas criaturas quietas, igualadas por la podadera municipal. Yo no sé si ustedes lo han apreciado, pero en abril no hay dos naranjos que huelan igual. A lo mejor, que será lo peor, mediante estos pelados en serie, hasta el olor va a uniformarse. No lo permita Dios.