Atando Cabos

Fotos

Salen sentados en un banco o en el sofá de casa, todos mirando hacia abajo. Así no podrán darse cuenta de la profundidad del horizonte

Publicado: 16/09/2020 ·
12:42
· Actualizado: 16/09/2020 · 12:42
Autor

Remedios Jiménez

Licenciada en Historia, docente y verso suelto

Atando Cabos

Una mirada sobre lo que nos pasa día a día, bajo los titulares de la incesante actualidad

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Hoy nos hacemos muchísimas fotos, en todas partes en cualquier postura. Pero las fotos de antes eran más auténticas. Las clases populares siempre solían tomarlas de pie, a no ser que fueran a un estudio. Pero hasta allí todo lo más uno, aparecía sentado. La novia generalmente y el novio de pie, así se le daba más grandeza a la figura masculina. La segunda era delante de las falsas escaleras de siete peldaños que no llevaban a ninguna parte. Era todo lo que podían igualarse a los novios de la alta sociedad con la cola de ella cubriendo peldaños y peldaños, tantos como su opulencia les permitía. De todas formas, eran más bonitas que las fotos de la guerra o la posguerra, con la novia de negro. Un negro tan enraizado en la pobreza. En este periodo fueron muy escasas, la racha acabó cuando empezaron las del carné de familia numerosa.

En los años sesenta las fotos se popularizaron y mostraban ya el color. El seiscientos blanco y al lado el orgulloso padre de familia que lo había conseguido. La madre al lado de  la lavadora, cubierta por un pañito. Presumiendo de electrodoméstico. Nunca he visto a un aristócrata fotografiarse delante de la suya. Pero los lavaderos públicos han tardado en ser abandonados. Ahora nos gusta recordarlos por la animación que tenían, era un lugar de trabajo, de confidencias y risas. Todo eso no sale en las fotos que le tiramos ahora queriendo llevarnos algo de todo aquello.

Las niñas se fotografiaban con sus muñecas en la mano. Esas muñecas vestidas de flamenca que eran tan grandes como ellas y que se rifaban en la feria. Allí las fotos disparando al palillo y todos delante de la vistosa carpa del circo. También en los caballitos y subiendo a la noria. Eran tiempos donde aún se llevaban las fiambreras de pimientos fritos y tortilla y sólo se pedían las bebidas.

Las bicicletas tardaron, tardaron mucho en dejar de ser un vehículo de trabajo para convertirse en uno de recreo. Con cinco años abandoné el triciclo por una esbelta belleza roja con ruedines y me fotografié montada en ella en la Alameda Vieja. La compramos en Casa Álvarez, la juguetería jerezana que nos dejaba asomarnos al paraíso juguetero con sus enormes escaparates. Desde que la cerraron comenzó otra época, una de niños solitarios concentrados en sus videoconsolas que ven como los juguetes son artículos de supermercado y no objetos de ilusión.

Ahora los niños y los jóvenes ya no salen de pie, salen sentados en un banco o en el sofá de casa, todos mirando hacia abajo. Así no podrán darse cuenta de la profundidad del horizonte.

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