Barbate

Dos almas barbateñas y marineras dejan los nichos 72 y 76 para volver con sus familiares

Los familiares de Tomás Ladrón de Guevara y José Antonio López viajaron a Lanzarote donde se les fue entregado los restos mortales de ambos marineros barbateños

Publicidad AiPublicidad Ai
Publicidad Ai
Publicidad Ai Publicidad AiPublicidad AiPublicidad Ai
Publicidad Ai

Ana y Diego con las cenizas de los dos marineros barbateños.

Los familiares junto a los dos nichos ya vacíos.

Restos mortales de los dos marineros barbateños

Cementerio de Arrecife, Lanzarote.

  • Ana, Diego y José, hijos de Tomás Ladrón de Guevara, se trasladaron hasta Lanzarote para recuperar los cuerpos de su padre y su primo
  • omás será enterrado junto a su mujer en Benidorm mientras que los restos mortales de José Antonio López descansarán en Barbate

“Estamos nerviosos, tristes pero también sentimos alegría y alivio”. Con estas palabras la barbateña Ana Ladrón de Guevara describe cómo se siente tras recibir la notificación de que su padre, Tomás Ladrón de Guevara y su primo, José Antonio López, los dos marineros que perdieron la vida tras el naufragio del pesquero Domenech de Varó en 1973 en aguas de Lanzarote, forman parte de los cuerpos que llevaban cincuenta años enterrados en nichos sin nombres en el cementerio de San Román, en Arrecife.

Tomás Ladrón de Guevara y José Antonio López, los dos marineros que perdieron la vida tras el naufragio del pesquero Domenech de Varo en 1973 en aguas de Lanzarote, forman parte de los cuerpos que llevaban cincuenta años enterrados en nichos sin nombres en el cementerio de San Román, en Arrecife

Las pruebas de ADN así lo han confirmado y con ello se cierra una herida de medio siglo en el que los familiares de los marineros fallecidos en el naufragio desconocían el paradero de los cuerpos, lo que les impedía darles sepultura y un entierro “como es debido”. Una puerta abierta a un dolor que ahora comienza por fin a cerrarse.

De hecho, Ana, Diego y José (este último no viajó pero aún así sí estuvo allí), los hijos de Tomás Ladrón de Guevara,  se trasladaron desde el pasado domingo y hasta este jueves a la isla con el objetivo de recuperar el cuerpo de su padre y de su primo. “Está siendo una experiencia muy emotiva”, nos cuenta Ana… “es una mezcla de sentimientos, por un lado la alegría de cerrar una herida de más de cincuenta años y por otro el dolor de estar en contacto con los restos mortales de nuestros familiares, los cuales estuvieron descansando en nichos sin nombres sin que nadie velase por ellos… estamos todo el día llorando pero por fin se les está dando el duelo que se merecen”.

Tanto Ana como Diego asistieron el pasado lunes a la exhumación de los dos nichos en los que yacían los cuerpos de su padre y de su primo hermano. “También se ha celebrado una emotiva misa dentro del cementerio de Arrecife”, explica Ana a este medio ya por la tarde de ese lunes. Junto a su voz, colmada de sentimientos, el sonido del viento y de un océano embravecido se colaba por el teléfono móvil… “Ahora mismo estamos visitando la zona en la que se recuperaron los cuerpos”, concretamente en Mala, donde el  arrastrero, con una docena de tripulantes, encalló. Solo dos personas sobrevivieron… ocho cuerpos se recuperaron y dos se los tragó la mar. De los cadáveres recuperados, tres fueron identificados y los otros cinco, víctimas de la desidia y la desinformación, estuvieron a punto de perderse en el olvido de cinco nichos anónimos solo acompañados por la frialdad de unos números 70, 72, 73, 75 y 76.

Cementerio de Arrecife, Lanzarote.

Desde el lugar del siniestro Ana y su hermano contemplan la fuerza del oleaje, la complicada orografía de una zona costera repleta de rocas a merced del océano… “Es increíble que hubiera supervivientes y que se pudiesen recuperar la mayoría de los cuerpos sin vida”, reflexiona la hija de Tomás Ladrón de Guevara… Ella y su hermano también han podido escuchar de primera mano la historia de la tragedia de boca de uno de los pocos testigos de la misma, un alemán que socorrió a uno de los supervivientes que logró llegar a tierra y tocar la puerta de su casa. “Nos ha narrado todo, nos hemos quedado boquiabiertos… y además él guardaba un trozo del barco y nos lo ha regalado”.

Tras recuperar los cuerpos, el martes se procedió a la incineración de los mismos. Las urnas con las cenizas fueron entregadas este miércoles para, como diría Miguel Hernández, ‘regresarlos’ a casa, a la península, ayer jueves. Tomás será enterrado en Benidorm, junto a su esposa y donde desde hace décadas residen sus hijos Ana y Diego, mientras que los restos de José Antonio llegarán a Barbate para que sus familiares más directos le den la despedida que se merece tras medio siglo de espera y desesperación.

La exhumación y cremación de los restos de Tomás Ladrón de Guevara y José Antonio López Gallardo es el resultado del esfuerzo incansable de la Asociación de Familiares y Amigos de las víctimas del Naufragio del Buque Domenech de Varó. Ambos son los primeros resultados positivos del cotejo de ADN de los restos de los marineros fallecidos en 1973 con el de sus familiares. Los cuerpos de los dos marineros barbateños se hallaban en los nichos 72 y 76.

El nicho 72 ha dado positivo que es compatible con la identidad de José Antonio López Gallardo, natural de Barbate, nacido el 10 de junio de 1947 y que contaba con 26 años de edad el día que se produjo el hundimiento del pesquero.

El nicho 76 ha dado positivo que es compatible con la identidad de Tomás Ladrón de Guevara Rodríguez, natural de Barbate, nacido el 7 de septiembre de 1929 y que contaba con 44 años de edad el día que se produjo el naufragio en aguas de Lanzarote.

Quedan tres cuerpos aún por identificar a los que también se les ha practicado la prueba de ADN para cotejarla con las realizadas de forma previa a los familiares que llevan cincuenta años sin poder cerrar el duelo abierto tras la tragedia. Tres de esas familias podrán recuperar los restos mortales de sus allegados fallecidos en el naufragio, las otras dos al menos sabrán que la mar se los llevó. De cualquier manera, obtendrán una respuesta a una pregunta abierta desde hace cincuenta años.

Respuesta que Ana y Diego ya han obtenido… “Nos alegra, claro, pero también nos apena y nos causa un inmenso dolor pensar que han estado abandonados en unos nichos sin nombre durante más de cincuenta años. Ahora tendrán la despedida y el duelo que se merecen estos dos marineros barbateños”.

 

Cincuenta años después

Han pasado más de cincuenta años desde que el pesquero 'Domenech de Varo' naufragase en aguas próximas a Lanzarote tras partir de El Puerto de Santa María, en Cádiz, para faenar en el norte de África, lo que le costó la vida a diez marineros gaditanos.

Décadas más tarde y después de muchos trámites administrativos y judiciales, la Asociación de Familiares y Amigos de las Víctimas del Naufragio del Buque Domenech de Varo logró que se abriesen los cinco nichos sin nombre del cementerio de San Román, en Arrecife, donde se enterraron a los cinco de los marineros que perecieron en esa tragedia y que fueron recogidos del mar sin informar a sus familias.

La barbateña Ana Ladrón de Guevara es miembro de la citada asociación… y es que aquel pesquero se llevó la vida de su padre, Tomás Ladrón de Guevara, cuando ella apenas contaba con siete años de edad y él, redero de profesión, 43 años. También fallecía en ese naufragio su primo hermano, José Antonio, un joven de 23 años y que era la primera que se embarcada en el Domenech de Varo… para Tomás era su segunda travesía en el pesquero.

Ambos formaban parte de los cuerpos que hasta hace unas semanas permanecían sin ser identificados, por lo que había dos opciones, que estuvieran en los nichos o que fuesen alguno de los dos cuerpos que jamás fueron rescatados… Finalmente y para alivio y alegría de sus familiares, formaban parte del primer grupo tal y como se comprobado tras las pruebas de ADN… “La esperanza sigue ahí, jamás la perderemos, al igual que la fe”, nos contaba Ana que actualmente vive en Benidorm. Aún así, cualquiera de las dos opciones le hubiese ofrecido una respuesta y “nos quitaría la duda que lleva viva más de  cincuenta años”.

Durante cinco décadas, siete de estas familias -de los diez muertos solo se pudieron identificar tres gracias a los dos supervivientes de la tragedia- han creído que el mar se había tragado a sus allegados. Pero hace poco más de año y medio, descubrieron que cinco de los marineros fueron rescatados y enterrados en esos nichos sin nombre.

Restos mortales de los dos marineros barbateños

En todo este tiempo, no tuvieron lugar al que llevar flores y recordar a los suyos. Pero eso cambió hace escasas semanas como comentaba el hijo de uno de los marineros que perecieron, José Manuel Pose.

“Serán dos exhumaciones, una primera que ya se hizo, es decir abrir las tumbas de los cinco marineros sin identificar y obtener las muestras para poder contrastar el ADN con los familiares e identificarlos a todos. Una vez se logre la identificación, se procederá a la segunda exhumación (este domingo) en la que ya entregarán los restos de nuestros familiares”, explicaba.

Los técnicos extrajeron de los féretros los huesos más largos y molares, que son las piezas cadavéricas que más fácilmente podían arrojar resultados concluyentes en las pruebas de ADN que se practicarán. Para realizar este proceso de exhumación de los restos enterrados en San Román y su posterior identificación, las familias han necesitado unos 15.000 euros, que en gran medida han sido sufragados por instituciones públicas de Andalucía como la Dirección General de Pesca de la Junta, la Diputación de Cádiz o el Ayuntamiento de Sanlúcar de Barrameda, así como por la Fundación Unicaja.

Con todos ellos, José Manuel Pose se ha mostrado muy agradecido. Si no hubiera sido por su ayuda, la asociación que preside no habría podido llevar a cabo este proceso. Pose también ha dado las gracias a las instituciones canarias por haber tratado de facilitarles al máximo sus investigaciones a pie de isla, tanto desde el Ayuntamiento de Arrecife, como del archivo municipal y el naval nacional que se encuentra en Las Palmas de Gran Canaria. “Nos hacía falta una colaboración por parte de los organismos en las islas, y la hemos encontrado al 120 % desde el primer día que llegamos”, aseguraba el presidente de la asociación.

Ahora estas familias podrán cerrar una página negra. Cincuenta y un años después de la tragedia. Todos han creído hasta la fecha que no podrían tener un lugar al que honrar la memoria de sus allegados.

Y es que efectivamente, la tristeza también está presente al saber que su familiar se encontraba todo este tiempo en un nicho sin nombre de un cementerio de la capital lanzaroteña, isla a la que llegaron en busca de ayuda y que terminó convirtiéndose en el último lugar de la tierra que verían.

 “La puerta de mi tía estuvo tres meses abierta día y noche… esperando a que regresaran”. A que regresaran los dos marineros de Barbate que iban a bordo del barco pesquero Domenech de Varo, tal y como recordaba Ana.

Tras la tragedia, el oscurantismo y la falta de información dejaron a los familiares en un limbo del que aún hoy han podido salir a pesar de recorrer un camino repleto de silencios y secretos que con el tiempo, poco a poco, se les ha ido desvelando.

Los cadáveres que fueron localizados pero no identificados fueron enterrados en unos nichos sin nombres, solo acompañados por la frialdad de unos números 70, 72, 73, 75 y 76 que aún despertaban la curiosidad de quienes visitaban el cementerio de Arrecife, en Lanzarote.

Cinco cuerpos, cinco números, a los que nadie puso nombre porque los dos supervivientes, tras identificar a tres de sus compañeros, regresaron a la península mientras la mar seguía arrojando a la orilla las víctimas de una tragedia que sólo por el afán y esfuerzo de los familiares, ha logrado vencer la batalla contra el olvido.

Entre los tripulantes había vecinos de Cádiz, de El Puerto, de Sanlúcar y de Barbate. Los familiares de las víctimas estuvieron décadas sumidos en un duelo abierto, sin saber qué fue de sus padres, de sus primos, de sus esposos, de sus amigos, de sus hermanos… Hasta que el tiempo fue destapando pequeños detalles, desvelando verdades que se habían ocultado, historias que se negaban a irse… y así decidieron, estos familiares, unirse, conocerse, hablarse y luchar de forma conjunta para cerrar el episodio más duro de sus vidas, para colocar las últimas piezas de un rompecabezas que parecía imposible de terminar. Y en marzo de 2023 se constituye la Asociación de Familiares y  Amigos de las Víctimas del Naufragio del Buque Domenech de Varó, con “la finalidad de llevar a cabo los trámites necesarios para la identificación de los restos de los marineros recuperados y enterrados sin identificar en el cementerio de San Román de Arrecife”. La asociación está presidida por José Manuel Pose, hijo de Julio Pose, fallecido aquel 6 de febrero.  Tal y como nos explicaban semanas atrás, llevaban más de un año “trabajando duro, recabando ayuda de distintas entidades y administraciones para poder sufragar el coste de las exhumaciones y realización de pruebas de ADN”.   Un trabajo centrado en dos vías, la burocrática y la económica.

Los familiares junto a los dos nichos ya vacíos.

Ahora sus esfuerzos han dado sus frutos. Como nos contaba la barbateña Ana Ladrón de Guevara, su madre “murió con esa pena de no saber dónde estaba su marido, mi padre… por eso si su cuerpo está en uno de esos nichos, la intención es traerlo y enterrarlo junto a ella”.

Son más de cincuenta años “con una espinita clavada, con días en los que se llora y se llora… en mi caso no puedo ver un barco o imágenes de un pesquero porque me puede la pena y el dolor… Nadie nos explicó qué ocurrió, qué fue de nuestros familiares, nadie nos informó… lo hemos tenido que ir descubriendo poco a poco, a través incluso de casualidades como cuando uno de los hijos le hizo un homenaje a su padre y fue recogido por la prensa… tras leerlo me puse en contacto con él al igual que hicieron otros familiares…”.

También ayudó a esclarecer lo ocurrido el trabajo de un investigador amateur de Lanzarote que se interesó por el naufragio y por esos cinco nichos tapiados con la frialdad de unos simples números.

Hoy, dos de esos números, el 72 y el 76, ya tienen nombres y apellidos, el de dos marineros barbateños que cincuenta años después recibirán un último adiós digno y merecido, mientras que sus familias ya pueden cerrar su duelo.

 

TE RECOMENDAMOS

ÚNETE A NUESTRO BOLETÍN