Cuando mi primo Juan El Luzu, compañero y amigo de viaje, me dio la fatal noticia, me costó creerlo. Aún en mi estado de inmovilidad, aprovechando que iba al Hospital de Puerto Real, mi hija Ana María me llevó al umbrío lecho antes de marchar a la última morada. Sin tan siquiera poder abrazar a Juani, Mirian, Antonio y Manuel, ni a tus hermanos Isidoro, ‘ Lilí’, Paco, quise verte por última vez, pero me lo impedía la madera que te cubría. Llegué a pensar que no quisiste darme la cara para que te recordara tal y como eras. A través del cristal, cuya transparencia nos separaba una eternidad, entrecruzamos inusual despedida que sólo yo construía. Desde luego, con cautela, por temor a que, aun así, debatieras cuantos errores entendías innecesarios; cualidad que distinguía y caracterizaba tu personalidad.
Conociéndote, intenté controlar la incontenible marea de sensaciones que se desbordaba en las orillas de mis ojos, para recordar con alegría momentos y vivencias de nuestra larga y sincera amistad. Aquella mañana que Sebastián el de la Parada salía del mostrador para quitarnos el número de Navidad –¡Aquí pone 20 euros el décimo!–, dijiste. A final le dimos los 3 euros de propina. O la noche de la gusana, llamando a Antonio el Canario –¡Quillo levántate! ¡Verá cuando la vea! ¡Más de metro y medio tiene!–, decía aporreando la puerta. –¡Tu tá loco!–, contestaba el Canario; pero al final hizo la foto a la gusana de 1,65 m. que mariscamos esa noche en la Yerbabuena. La mañana que llegaste diciendo –Cazalla, “la Gata” y “el Tarugo”, me han pintado el burro de cal, serán cabr…–, porque la noche anterior de lluvia y viento, cuando los tres cazaban al candil, tú, Agustín Medina y otros, desde la carretera, hicieron disparos gritado –¡Alto la Guardia Civil!– ¡Como para no tomar represalia! Cuando fuimos con el bote al ‘lao-lla’ y el guardia que estaba vigilando nos quitó la escopeta de plomillo y te llevó a la ‘casilla de los carabineros’. Menos mal que saliste corriendo para el bote, porque la cosa se puso fea. Todavía no se ha enterado que te devolvieron la escopeta. Y el día del ‘tirapeo’; que veníamos de El Colorao de coger higos y brevas con Juani, Encarna y la Lila, y nos sentamos en la playa del Palmar. Aún recuerdo las miradas de la familia sentada junto a nosotros, cada vez que hacía sonar el ‘tirapeo’ y la Lila se movía diciendo: – ¡“Ay que malamente má caío la pechá de brevas!”.
Las romerías del conejo con la familia y los amigos de Zahara. Los campings en los Veteranos y en la Barra. La Feria que alquilamos la casa de las Brujas en El Botero: El Bollo, Miguel, Juan Frijón, Manolo Repeto… O los domingos de piñera, que la Mirian y Juan Antonio subían a coger piñas y se bajaban por las ramas, no por el tronco. Mariscando almejas con el burro y las rastras que inventaste. Los villancicos callejeros que montabas después de los ensayo con las mujeres y los niños en la furgoneta. Las noches de la Patrona improvisando un puesto de feria cantando la Salve Marinera. Hasta la Patrona, preguntaba por Antonio Alba. De todas esas vivencias, nuestros hijos guardan gratos recuerdos y aún conmemoran lo que ellos llaman “La infancia feliz”.
Pocos saben que la Juani y tú, fuistéis testigos en mi compromiso de boda, aquella tarde que te llamara cuando pasaba por la c/. Cádiz, y me dijiste -¡Ah pero de verdad que te vas a casar! Ha sido una gozada haber pasado media vida junto a ti. Eras el jinete de los sueños, soldado en la adversidad, luchador ante la injusticia, y sobre todo, un amigo en la verdad. – Antonio, aunque ya no estás, todo lo tuyo en mí sigue vivo– le dije. Me marché sin despedirme, sin tan siquiera un adiós, porque siempre estará en mis pensamientos… A través de la madera y el cristal, percibí tu voz: –¡Cuídate mucho cebollita!–, como únicamente tú y Guillermo me llamabais. Mentalmente respondí: – Hasta pronto “compañero del alma y del Alba.