Como Hitchcock, Clint Eastwood no ha participado en el guion de sus películas, pero a partir de los proyectos y las historias en las que se ha involucrado ha sido capaz de crear una escritura propia y una forma de entender el cine que es lo más aproximado a la esencia del cine clásico tal y como lo entendieron los grandes maestros de Hollywood, con John Ford a la cabeza.
En su manera de narrar, de mirar a los personajes, de saber abordar lo verdaderamente importante de sus vidas sobre la pantalla, incluso por las constantes que atraviesan la mayoría de sus películas -las relaciones paterno filiales, el hombre solitario devenido en héroe involuntario, la defensa de las causas justas...-, el cine de Eastwood está plagado de obras maestras, películas memorables, entretenidas, comprometidas, e incluso algún que otro gatillazo, pero en todas -en especial las dirigidas a lo largo de los últimos 35 años- es perceptible el pulso de un autor convencido de la historia que quiere contar y cómo cree que hay que contarla.
Cry Macho, no podemos negarlo, acabará recordada como un título menor dentro de su filmografía, lastrada por un torpe guion, la propia edad de Eastwood al empeñarse en protagonizarla -hay circunstancias temporales que no cuadran si tenemos en cuenta sus 91 años-, y determinados secundarios inconsistentes -la madre del niño, uno de los matones que los persigue-. Y hay un agravante más si vemos la película en la versión doblada: la mayoría de personajes hablan en castellano y el niño protagonista se tira media película traduciéndole a Eastwood como si éste fuera sordo.
Pero más allá de los defectos que parecen proceder del libreto, el actor y director encuentra la ocasión para embarcarse en una nueva road movie, en un western moderno y fronterizo, con el que vuelve a mostrar la elegancia de la cadencia de determinadas secuencias, sobre todo cuando toman contacto con la familia mejicana -la parte más sobresaliente del filme-, y deposita su mirada en los detalles, como si de ellos dependiera el alma misma del filme, que son los de un hombre en retirada, un vaquero a la antigua usanza, ajeno al mundo contemporáneo, y con demasiadas heridas como para tener claro el papel que debe desempeñar en lo que le quede de vida, ya sea enderezar a un adolescente rebelde o dejarse atrapar por el brillo de unos ojos bajo el son de un bolero.