Hace una semana, se nos iba a sus 88 años, Mario Benedetti, escritor, poeta y ensayista, uruguayo universal y español adoptivo, y se nos murió defendiendo la alegría, como decía en su poema, del caos y de las pesadillas, de la ajada miseria y de los miserables, de las ausencias breves y las definitivas.
Todos y cada uno de nosotros deberíamos protegerla, entre guerras y campos de detención, epidemias y estrategias comerciales, préstamos y morosidades, cárceles abiertas y cerradas, ágoras y claustros, represiones y libertades.
Ser militantes del gozo y la felicidad, sabiendo y recreándonos en lo que es, intentando expresar cómo es y explicando por qué es así y no de otra manera, sabiendo andar sobre caminos seguros y mantener el equilibrio en puentes de vértigo. Asombrándonos en la satisfacción de lo bien hecho, pero sin quedarnos parados como si fuese el paraíso al que hemos llegado, y ya no existe más camino por recorrer, descubriendo las semejanzas y las diferencias y sin dejarnos atrapar en los circos de las oportunidades perdidas.
Construyendo museos dedicados a la diversión del vivir, no garantizando nada que no seamos capaces de trabajarlo aunque consigamos menos de los que nos habíamos propuesto, sin regodearnos en los éxitos y aprendiendo de los fracasos.
Sabiendo estar en la soledad de uno solo en compañía consigo mismo, y soportando las aglomeraciones con el mejor de los ánimos y la mejor de las caras. Aceptando que nuestro paso por la vida no son sólo precios sino valores, aunque siempre es conveniente saber dónde está la madre del cordero.
Que sólo quien ha padecido en su piel tristezas y llantos hasta convertirse en huellas y ulceras, es capaz de apreciar en toda su dimensión la verdadera fuerza de las alegrías y las risas, y que no desperdiciemos inútilmente las oportunidades que se nos ofrecen para el regocijo y el entusiasmo.
No olvidarnos nunca que si hemos de recuperar algo como la alegría, es mejor que les demos participación a todos, que fiarnos de salvadores que sólo ofrecen retales a muy alto coste, es mejor ser tolerantes y no fundamentalistas, optimistas y no catastrofistas.
Es preferible tener sueños imperfectos, que creernos promesas sobre realidades perfectas, jugar como niños a odiar como adultos, mantener los objetivos a ahogarse en adjetivos, resistir a renunciar, ir en mangas de camisa a que te regalen un traje. Debemos ser ambiciosos en el placer de procurar que los demás se sientan bien, y en no perder nunca la dignidad, que no seamos rehenes de los celos paralizantes, que seamos capaces de romper los lazos de dependencia y luchar por ser nosotros mismos.
Lo que nos rodea, es de ese nosotros en lo que están ellos, y no podemos empeñarnos que es nuestro o de nadie, privándoles a los demás de disfrutar esas pequeñas cosas cotidianas y sencillas o que el pasado negativo o la inquietud y el desasosiego por el futuro, nos impida vivir en toda su plenitud el presente.
Empeñémonos en conseguir, que aquello que hacemos en cada momento, sea fuente de alegría y no de tristeza, que siempre es mejor descubrir una luz detrás de cada sombra que a la inversa, y que hemos de compartir lo bueno que nos suceda.
Y hagamos un trato como decía Benedetti, y no perdamos un instante en lamentaciones y quejas inútiles sobre lo irremediable y disfrutemos a pleno pulmón de lo sorpresivo, porque como afirmaba Ralph .W. Emerson “la alegría, cuanto más se gasta, más queda”.
Curioso Empedernido
Defender la alegría

- Juan Antonio Palacios
- Curioso Empedernido
Publicado: 22/05/2009 ·
23:10
Actualizado: 22/05/2009 · 23:10