La realidad nos demuestra cotidianamente, lo que el refranero pregona “no hay peor sordo que el no quiere oír, ni peor ciego que aquel que no quiere ver”, ya que los que lo son por genética o accidente se esfuerzan con sacrificio y educación, en compensar con sus otros sentidos, lo que la vida y los demás quieren decirles y enseñarles. Pero, con frecuencia y asombro asistimos, como parte, de la mal llamada clase política; ignorando que en la responsabilidad de cualquier cargo, se es siempre transitorio, eventual e interino; padecen en algunos momentos una sordera selectiva hacia las denuncias, protestas y sugerencias de quienes les han colocado donde están.
Una de las tentaciones de algunos y algunas de nuestros responsables públicos, es que una vez que alcanzan el poder, se hacen especialistas en aparentar una cosa y hacer justo la contraria, en entrenarse de manera obsesiva en el sólo y único objetivo de imponer sus intereses.
Otro de los síntomas, que aquejan a estos que dan la espaldas a quienes reclaman que se les oiga y demandan un cambio en las actuaciones políticas, es la falta de juicio crítico entrando en una degeneración progresiva de la coherencia y traicionando sus ideales, si alguna vez los tuvieron.
Incluso cuando forzadamente deben alternarse en sus poltronas, lo hacen con los ojos puestos en el entorno de quienes les colocan en otros sitiales, para permanecer en los alrededores de quienes mandan y seguir exprimiendo jugosos privilegios y fabulosos retiros vitalicios, en tanto en cuanto manifiestan no tener ningún interés en continuar y estar ligeros de equipaje.
Estos comportamientos, de mirar para otro lado cuando toca comprometerse y trabajar por los problemas de la comunidad, ese diálogo de besugos entre la incompetencia y la chabacanería para resolver nada, esa batería de argumentos estúpidos, ignorantes y zafios, provocan en la gente un gran cabreo y una inmensa indignación.
La ciudadanía no debemos ni podemos admitir a quienes nos quieren tomar el pelo, e intentan confundirnos en una danza maquiavélica entre lo público y lo privado, montados en la noria permanente de deslealtades y suplantaciones para enmascarar los beneficios personales, según la conveniencia del momento.
Este círculo vicioso, en el que todo lo exagerado resulta ridículo, y en la que el escepticismo y el pragmatismo pretenden justificar la insensibilidad y la indiferencia ante los problemas reales que no desean ver ni oír , porque resulta mucho más cómodo al necio encontrar a otro de su estirpe que le regale mensajes de adulación y peloteo.
En este viaje constante de dar las espaldas al pueblo, en esa carrera sin fin de transformar cada solución en un problema y a fuerza de repetirse que el personal está equivocado en sus demandas y denuncias, en sus reclamaciones y manifestaciones, acaban creyéndose que por muchos errores que cometan son los únicos en posesión de la razón y la verdad.
Tener los ojos y los oídos bien abiertos es un buen ejercicio para cualquier persona, es una necesidad para cualquier político, es promover el diálogo con aquellos que se rebelan a resignarse, tomar iniciativas para mejorar la vida de los demás, y procurar resolver los problemas de la ciudadanía para que sean más felices.
La sociedad de la globalización, no puede permitirse a políticos que ignoren que estamos en una nueva época, en la que quienes ostentan la delegación de los asuntos públicos deben estar en alerta de la información que constantemente se produce sobre las opiniones y aspiraciones de la comunidad. Caer en el catetismo y la incongruencia, de ellos no saben y aquí yo soy el que toma las decisiones, por ser el mejor y el más listo, y además que para eso me votaron, sin tener en cuenta que hoy vivimos un proceso permanente de dinámica y participación, es además de ser miope, padecer una severa carencia de audición.
Curioso Empedernido
La sordera política

- Juan Antonio Palacios
- Curioso Empedernido
Publicado: 25/09/2009 ·
22:51
Actualizado: 25/09/2009 · 22:51