El triunfo del lunes dejó a las claras que lo del Betis esta temporada es sintomático y suceptible de ser analizado en profundidad con bases argumentales. Toda fórmula de éxito en cualquier tipo de empresa se sustenta con los pilares del trabajo y la capacidad de sus empleados. En el fútbol, la marca que te aporta la diferencia es la calidad y en ciertos aspectos, la fortuna de enviar un balón al poste o que la pelotita acabe en el interior de la meta rival y más si se trata de un equipo que no parte con un potencial elevado.
La vida da muchas vueltas y a Mel y a sus futbolistas les ha cambiado en los partidos. La pegada que el cuadro verdiblanco está mostrando sobre todo fuera de casa, les ha hecho acumular una serie de puntos inesperada incluso para el gurú más optimista a principio de campaña.
Cifras que hablan por sí solas. 16 puntos a domicilio fundamentadas en cinco victorias; unos números históricos si tenemos en cuenta que se han producido en los ocho primeros encuentros disputados como visitantes. Cuatro más que los obtenidos en el Villamarín. 28 puntos en suma, que le colocan en una posición envidiable y que le lleva a replantearse a la misma entidad bética el objetivo a perseguir en el campeonato.
Y si algo se manifiesta en sensaciones, que no en guarismos, es que a diferencia del curso 2011/12, el Betis tiene más juego que puntos. Su filosofía en el césped se asienta en esperar y contraatacar. Esto, sumado, a excepción del día del Barcelona, a la pizca de suerte que ahora acompaña al equipo en instantes donde el palo, Adrián o la poca puntería del adversario, han sido cómplices de una dinámica que parece no abandonar al menos hasta ahora.