Desde la Bahía

Un hombre bueno y sabio (El profesor CALAP)

Joaquín no sería lo que fue y es, con solo su credencial universitaria de gran maestro de la dermatología

Publicado: 14/01/2024 ·
19:48
· Actualizado: 14/01/2024 · 19:48
Autor

José Chamorro López

José Chamorro López es un médico especialista en Medicina Interna radicado en San Fernando

Desde la Bahía

El blog Desde la Bahía trata todo tipo de temas de actualidad desde una óptica humanista

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No sé si será posible, por mi edad, adaptarme a ciertas ausencias. Valencia es la joya del Levante español. Los tesoros se forjan e incrementan día a día. Son los seres humanos a los únicos que se le ha dado esa capacidad de atesorar, pero solo los excelsos la utilizan con toda su valía.

Aquel día del mes de febrero de 1939, las aguas del Turia bajaban con un caudal que hacía olvidar los años de miserable sequía y el murmullo de sus olas, intentaba acallar o al menos cubrir con su timbre sonoro, aquellos gemidos de una mujer que alumbraba en aquel amanecer un nuevo ser a la vida.

El llanto del recién nacido obró como una pieza musical con tal fuerza, que hizo ceder los sollozos maternos y el agua del río se cubrío de una espuma blanca y sonriente. Días después cuando esta agua corría por sus cabellos, Joaquín Calap Calatayud, entró en el mundo de las creencias y como ciudadano, en el Registro Civil.

Valencia, El Turia y el profesor Calap. Un triunvirato con el que le hubiera gustado soñar a cualquier romano. 

Fue en el encantador paisaje del pueblo de Ubrique, donde tan bien se sabe tratar la piel, en el que comenzó mi amistad con este sabio de la Dermatología. Ejercía de Catedrático de Dermatología en nuestra facultad gaditana y era Jefe de Servicio de la misma especialidad en el ya citado Hospital Puerta del Mar. Su currículum abrumador. Su experiencia y estudio arrasantes y adquiridos en su Valencia natal y a lo largo de reuniones, simposiums, congresos por toda la geografía del planeta y con larga experiencia universitaria como director de tesis doctorales y un cúmulo de títulos y publicaciones, nombramientos y pertenencia a academias y ateneos que dieron orgullo y calidad al levante valenciano y al viento de levante de Cádiz y San Fernando, ciudad en que vivió las últimas décadas de su vida. Debió ser académico de La Isla, se propuso, pero no se llevó a cabo. Quizás no había en la entidad por aquel entonces un hueco, para tan alto cúmulo de sabiduría.

Joaquín no sería lo que fue y es, con solo su credencial universitaria de gran maestro de la dermatología. Había en él - y será su mejor diploma a partir del pasado viernes, en que se ausentó de este mundo de relación corporal- una grandeza espiritual, tal, que el Ser Supremo, de cuya existencia jamás dudó su fe, bajará los brazos de la cruz a que le sometemos a diario los seres humanos para darle el abrazo que este alma sensible y sedosa, merece. No estamos en un mundo agradable. Y menos en el país que ahora nos está tocando vivir. Hay más soberbia que álamos. Más narcisismos que acacias y más espinas irritativas, rencorosas, vengativas u odiosas, que las puedan producir todos los rosales del planeta. Engaño, fraude, denigrar o pisotear al compañero, es normativa de siembra. Chimo -cariñoso apelativo valenciano- ha tenido durante toda su existencia una generosidad que conmovía. Si no se le conocía cercanamente no se creía la capacidad altruista y de magnificencia que este hombre tenía. Siempre estaba cuando lo precisaba el amigo, el compañero, el conocido o el que no había establecido nunca relación con él.

Su saber médico y terapéutico lo exponía en cualquier lugar donde un necesitado le consultaba. El interés material, la moneda, nunca encontró en el edificio de su personalidad un habitáculo donde cobijarse, siendo siempre un objeto que entraba y al que le daba salida por la misma pueta principal.
Médico humanista de corte “marañoniano”. Cuando nuestra amistad se fue consolidando y nos reuníamos en torno a una mesa de buena gastronomía y excelso vino español junto con el escritor, poeta y gran amigo Rafael Duarte y el experto en imagen y filosofía mundana, que no se aprende en los libros, Luis Villanego, nos mostró Joaquín su escondido arte literario y así se lo supieron premiar en el concurso “letras con arte”. Hoy siento que me falta el diez con que siempre calificaba mis artículos periodísticos, su énfasis en que los publicara en un libro y su reiterada propuesta para crear una nueva generación de escritores “la generación del 39” como el la denominó.

Estábamos en ello la última vez que compartimos café, copa y brindis frente a un mar que nunca se cansa de admirar la costa gaditana y que contemplábamos desde la terraza de un hotel. Después una sola conversación telefónica en la que el grave timbre de su voz me invitaba a almorzar este pasado fin de semana. Pero Dios se nos adelantó, sapiente de lo encantador y agradable que era su compañía y le propuso que conociera sus divinas dependencias. Nadie puede negarse a esta petición y más Chimo, que siempre creyó que sería invitado y mansamente, en el silencio de la mañana, abandonó el aire que ya sus pulmones no podían aspirar a pesar de que aún llevaban la pureza del alba, paró la cuerda que daba marcha a su noble corazón y sin dolor -que él no merecía- marchó para conversar con el Todopoderoso.  Aquella mañana del viernes el teléfono de casa sonó con agudeza inusual. Al otro lado del cable, una voz tenue y tierna dejo emitir un claro sonido. Se nos ha ido. Lo ha hecho con el mismo carácter con que vivió, en silencio y sin causar molestia alguna, repentinamente. Fui a verle a su domicilio. Cuando estuve frente a él maldije la virtud de la prudencia. Hubiera querido gritarle fuertemente: Joaquín estoy aquí. Despierta. No vas a recibirme. Pero hay que guardar las formas, comportarse prudente y razonadamente, frenando el sentimiento ante el quebrado camino de la muerte. La última imagen de su recuerdo rebosaba aroma de paz y sosiego. Los amigos sabemos que en el diálogo que con el establezca el Creador, estarán presentes los que él consideraba debían formar el comité organizador de la “generación del 39”, Pero mi corazón parejo en edad con el de él, siente su ausencia en aquel hueco que siempre tuvo reservado para su amistad.  Pero su enorme bondad tapiza con gran brillantez los muros de mis sentimientos.

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