Taberneros

Publicado: 18/07/2013
Esta columna no la ha patrocinado ninguna famosa marca de refresco de cola. Y con ella espero que no se me echen encima las asociaciones y ligas anti-alcohol...
Esta columna no la ha patrocinado ninguna famosa marca de refresco de cola. Y con ella espero que no se me echen encima las asociaciones y ligas anti-alcohol. Desde las primeras líneas quiero dejar estas dos ideas meridianamente claras. Por si acaso.

Los bares. Esos lugares en los cuales nos hemos enamorado y donde hemos quitado los puntos suspensivos a alguna relación, para convertirlos en un punto final. Los sitios en los que se han engendrado proyectos que han terminado muriendo en un cajón o que, al cabo de poco o mucho tiempo, se han convertido en florecientes negocios. Las barras de los bares, en las cuales, con tiza, se han echado números para hacer una nueva candelería para el paso de palio. Y de plata, que por eso se echaban las cuentas, para que al mayordomo no se le acelerara el corazón más de lo debido.

El sitio en el cual nos hemos reunido “los de la caseta” para conocer a un nuevo socio y saborear la primera manzanilla adelantada. Donde nos hemos citado con el amigo, el primo, el colega de turno para con un vaso en las manos, contarnos esa parte de la vida que nos quedaba por contar.
El sitio en el que lo hemos celebrado con la familia o con los allegados. Que hemos celebrado ¿el qué? Bueno, da igual, lo que sea. En el que nos hemos atrevido a tratar a nuestro jefe con algo más de confianza y entre vaso y vaso -si hemos sido listos- dejarle caer esa reivindicación que no nos atrevimos a formular en el despacho.

Los bares son los sitios que nos han brindado el descanso y el sosiego; donde hemos creído en alguna ocasión que los veladores eran la extensión perfecta de la salita de casa. Donde nos han dado conversación cuando hemos estado solos. Donde nos han escuchado. El lugar en el cual nos han servido la prensa del día por el módico precio de un café. En los que muchos han encontrado el asiento de tribuna preferente del equipo de sus amores, para cantar a gusto los goles. El sitio que nos ha sentado en el tendido de algún coso, que nos ha permitido decir ole a la faena del maestro.
Los bares han sido, son y serán eso: una extensión de nuestra casa, una parte fundamental de nuestras vidas.

Sí, la más importante red social.
Cuidemos a los bares y a sus dueños, los taberneros. Que nuestros políticos dicten leyes y ordenanzas benévolas con este gremio y sus negocios. Ellos, los del mandil blanco y la tiza en la oreja, son generadores de empleo incluso en estos tiempos.

Y generadores de alegría. Algo que, hasta ahora, son incapaces de darnos los que nos gobiernan.

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