Conforme pasan los años, uno llega a estos días cada vez con menos ilusión y más cansado. Sí, pero no cansado físicamente, que también, sino más bien saturado de Semana Santa.
Falta algo más de una semana para que sea Semana Santa. La Cuaresma está a punto de acabarse y el azahar ya está más que florecido en los naranjos de la ciudad. Los pasos, esqueletos de madera en la mayor parte de los casos, duermen su sueño de calle en el interior de los templos, mientras se descuelgan túnicas de los armarios y de los percheros de las tintorerías, se preparan los costales que -hartazgo de ensayos- están ya hechos a lo que se les viene encima y revive la ilusión en aquellos que se estrenarán este año, mayoritariamente en los niños, esos grandes conservadores de la gran fiesta de la ciudad.
Conforme pasan los años, uno llega a estos días cada vez con menos ilusión y más cansado. Sí, pero no cansado físicamente, que también, sino más bien saturado de Semana Santa. Vaya por delante que me creía un “jartible”, pero veo que no, que hay muchos que me ganan.
Saturado de Semana Santa significa, para mí, estar recibiendo ya casi durante todo el año y muchos más desde Navidad hasta ahora, información cofrade que en la mayor parte de los casos no aporta casi nada. Y no hago responsable sólo de esta información a los medios de comunicación, ni mucho menos: hago responsable de este hartazgo a los propios que estamos dentro de este mundo cofradiero.
Fíjense, presten un poco de atención. Miren a su alrededor cuántos carteles anunciando la Fiesta Mayor existen. Cuántos pregones, exaltaciones y similares. Cuántos conciertos de bandas, raro es el día que al volver a mi casa no me cruzo con algún músico por alguna calle. Alejado de lo que es el culto a las imágenes que en mi opinión sí debe ser siempre bienvenido en su sabia medida, observen cuanto acto paralelo se organiza, con más o menos éxito y asistencia de público, en este tiempo previo de gozo.
¿Cabe todo esto o está la Semana Santa extradimensionada? ¿Es bueno que esto suceda o estamos saturándonos a nosotros mismos, a punto de que peguemos un reventón? ¿Se respeta el derecho que tienen aquellos ajenos a esta celebración a que, por ejemplo, les ocupemos las calles algo más que en los siete días?
El campo no tiene vallas, pero sería importante ir pensando en colocarlas de alguna forma. Todo lo paralelo minimiza lo oficial y auténtico, lo que de verdad tiene sentido y se ha mantenido en el tiempo. Y a pesar de que cada uno en su casa puede hacer lo que quiera, el casero mayor -léase Autoridad Eclesiástica- debería arbitrar en todo esto.
Porque, si no me equivoco, todo se hace para mayor gloria de Dios… ¿o no?