Desde que el pasado lunes se conociera la abdicación de don Juan Carlos, una pléyade de opiniones de diferente carácter se ha vertido en los medios de comunicación y en las redes sociales. Las institucionales, que en su mayoría han guardado las formas y la de aquellos que demostrando un singular desconocimiento de la historia de este país, han aprovechado para rescatar la tricolor y salir a la calle reclamando la tercera república.
Lo que me llama poderosamente la atención es que la inmensa mayoría de los que se arrogan el derecho a decidir sobre la forma de gobierno son personas que ni tan siquiera han conocido la dictadura de Franco. Vamos, que nacieron al calor de nuestro régimen demócrata y constitucional, con una monarquía que ha trabajado por este país, entiendo que cumpliendo con las obligaciones que la Carta Magna le señala.
Es tremendamente arriesgado juzgar en la corta distancia el papel que durante estos 39 años ha desempeñado don Juan Carlos I, principalmente porque desde el minuto 1 de juego tuvo que reconstruir una institución que yacía en los escombros, así como pasar de un sistema totalitario a otro en el que cupieran “todos los españoles” sin una base legal y jurídica en la que apoyarse. Es más, con las miradas reticentes de los incrédulos que pensaban que este Rey era un simple sucesor del dictador y las de los hombres de negro (ríanse de los de ahora de Europa) fieles al franquismo y que vieron como, desde la primera palabra de este Rey, iban a perder su poder y sus prebendas conforme pasaran los años.
Juzgar, insisto, en la corta distancia al Rey es arriesgado. A ese edificio que comenzó a construir en el que todos podríamos vivir acatando unas mínimas normas de convivencia es cierto que en estos últimos años le han salido unas grietas, pero nada que no pueda ser solucionable con una conducta más sutil, por utilizar el término fácil: elefantes, yernos y corinnas no son asuntos de los que el heredero tenga que rendir cuentas ante nadie. Son hechos, además, que deben quedar en el pasado más triste de esta monarquía. Y serán el futuro y la historia, no el presente, los encargados de juzgarlos.
Espero y confío que la figura del futuro Felipe VI sirva como revulsivo para este país, como un empujón definitivo a nuestro posicionamiento mundial. Conocimientos y preparación no le faltan, aunque tendrá que demostrar cada día de su reinado que su figura es necesaria. Ni la transición, ni la noche del 23-F, ni el premio Carlomagno le servirán de excusa. Eso ya pertenece al pasado.