Pujol ha dado el paso de contar sus cositas antes de que lo hiciera un periodista de La Vanguardia y antes también de que el ministro Montoro le echara encima sus perros de presa. No le quedaba otra salida más indigna.
Permítanme el sentido figurado de la frase: las bombas de Israel no son nada con el bombazo del ¿Honorable? Pujol a cuenta de los dineros escondidos -sí, escondidos- en Andorra. Eso sí que es un misil directo tierra-tierra a la línea de flotación del barco de Convergencia, que ahora hace aguas en los mares de la independencia.
Si malo es no haber declarado en toda regla el dinero supuestamente heredado de su padre (fino elemento también), peor es haber mentido en reiteradas ocasiones en diversos medios de comunicación y en foros públicos, siempre a remolque de los líos en los que los miembros de su tribu andaban metidos. Los chiquillos de Pujol ya sabemos de dónde han aprendido, dónde han tenido la mejor escuela. Porque recuerden que no hay mejor maestro que fray ejemplo, ya que eso de que nadie de su familia lo sabía permítame que le diga, mi molt honorable, no cuela.
Pujol ha dado el paso de contar sus cositas antes de que lo hiciera un periodista de La Vanguardia y antes también de que el ministro Montoro le echara encima sus perros de presa. No le quedaba otra salida más indigna. Lo que podemos hacer ahora es reir. Reírnos mucho, sobre todo los andaluces, que en más de una ocasión hemos sido el blanco de las sucias palabras de este don nadie.
Sí, riamos, porque esto quedará en nada. En absolutamente nada. No esperen la imagen del individuo entrando en la cárcel como Jaime Matas y ni tan siquiera pasando una noche en los calabozos del juzgado como si fuera un imputado más de la jueza Alaya. No, a Pujol no le va a pasar nada, como es habitual en este país. Se quedará sin su oceánica pensión; sin su coche oficla y su chófer y despacho de 400 metros cuadrados; sin su jefe de gabinete y sin sus 2 secretarias; sin su título de “honorable” y sin sus presidencias honorabilísimas; y sin su fundación, ubicada en la mejor y más cara zona urbana de Barcelona. Pero nada más.
Nunca me gustó Pujol. Nunca. Siempre le vi ese rictus no solo de quien algo esconde sino de alguien a quien le daba igual la política, entendida como servicio al ciudadano. Pujol ha engañado a los suyos. ¿Qué pensarán ahora de él la gente de bien de Cataluña?
Nos debe muchas explicaciones, aunque sea torciendo su rechoncho rostro hacia el lado y cerrando sus ojos, mientras pronuncia un catalán ininteligible. Cuente qué ha hecho y por qué. Es usted un español que ha engañado a la hacienda pública, o sea a todos nosotros.
Ahora es cuando querría que usted fuera sólo catalán. Que no manche, con su sinvergonzonería de años, el nombre de mi país y el de todos los españoles.