La verdad es la verdad y no puede esconderse”. Así de tajante ha sido el papa Bergoglio al ser preguntado en el avión en relación a los acontecimientos, lamentables y deleznables, ocurridos en la diócesis de Granada, en el que están presuntamente implicados y ya puestos a disposición de la justicia al menos tres religiosos y un seglar,acusados de abusos a menores, dentro de algo tan horrible como un clan dedicado a este tipo de prácticas. Sin duda se hacen patentes las palabras del evangelista Juan, más de veinte siglos después: “La verdad os hará libres”. Y la libertad del papa Francisco al hablar y posicionarse en determinados -y espinosos- asuntos creo que está fuera de toda duda.
El tratamiento informativo y social que reciben en la mayoría de las ocasiones estas lamentables noticias también es digno de ser estudiado. Verán ustedes: en el mundo existen 413.418 sacerdotes, según la última edición del Anuario Pontificio. En esta cifra no se incluyen a los obispos. Pues bien, se tiende a “generalizar” de alguna forma cuando se abordan estos temas, con frases como “los curas son…” o “los curas hacen…”. Casi medio millón de personas no pueden recibir un marchamo del que están diametralmente alejados.
Conozco sacerdotes que muchos días se sientan a la mesa sin un plato caliente y que el día que lo tienen lo comparten con alguien. Conozco a otros que están 24 horas al día dispuestos a llevar la palabra o el sacramento allí donde se les reclame. Otros a los que el estipendio “legal” que reciben les quema en las manos y lo entregan a quien lo necesita. Sacerdotes que tienen al día como máximo 4 horas de descanso, por atender su ministerio o que, llegado el invierno, presumente de calurosos por no tener un abrigo o chaqueta que ponerse sobre los hombros. Y por supuesto, también los hay que desconocen qué significan términos como vacaciones, ocio o fiesta, a pesar de que nunca desdibujan la sonrisa de su rostro.
Y con esto no generalizo, porque también conozco y he sufrido a aquellos que no llevan el alzacuellos con la dignidad precisa, que los hay. Y otros que están más cercanos a las riquezas terrenales que a las espirituales. Pero son los menos, aunque dan más ruido. Esa es la clave.
No es bueno generalizar en ningún aspecto, creanme. Y por esto, por esa misma regla de tres, no todo el que tiene coleta es mala persona, ni todos los buenos son los que anudan en su cuello una corbata de seda. Las generalildades siempre son injustas y si, además, escuchamos sólo a Caperucita, el lobo será siempre malo.