Auschwitz, lugar donde estaban las cámaras de gas y los hornos crematorios, era la ciudad de la muerte, que llegó a contener 70.000 presos a la vez.
Entre tanto adelanto de elecciones, ruptura de pactos, conjeturas en torno al futuro candidato del PSOE a las primarias y las consabidas historietas de corrupción que hemos estado teniendo esta semana, se ha colado un aniversario que no se debe pasar por alto. Y no por su contenido informativo, sino más bien por la necesidad de que no se nos olvide nunca a qué se refiere.
Leía el pasado martes en una red social al periodista José Luis Losa decir esto, a raiz del 70 aniversario de la liberación de los cautivos en el campo de concentración de Auschwitz: “Este lugar debía ser una visita obligatoria para todos los europeos. Ver a dónde lleva el odio, el racismo, la intolerancia...”. Me apropio de la frase con su permiso, por su enorme carga de razón. Sólo si se conoce la historia se evita no repetir los errores que se comentieron en el pasado.
Dos meses después de la llegada de Hitler al poder, el gobierno nazi abrió Dachau, el primer campo de concentración. Cuando comenzaron a llevar a cabo la exterminación de los judíos de Europa, el estado hitleriano instauró dos tipos de campos: los de concentración, destinados a matar con trabajo esclavo a todo tipo de enemigos políticos y a “elementos” racialmente impuros (judíos, homosexuales, comunistas, republicanos españoles), y los campos de exterminio, destinados únicamente a la aniquilación directa de seres humanos en cámaras de gas. Auschwitz, que tenía como objetivo esta aniquilación física pero también moral de las víctimas, era de estos últimos, pasando a la historia como la imagen del terror, de la peor y más oscura sombra del ser humano. Las cifras son tan salvajes que resultan casi imposibles de imaginar y que me niego a repetir en estas líneas.
Auschwitz, lugar donde estaban las cámaras de gas y los hornos crematorios, era la ciudad de la muerte, que llegó a contener 70.000 presos a la vez. Pero existía todo un sistema de campos de concentración satélites, en los que se utilizaba el trabajo esclavo de los presos, sometidos también a todo tipo de tormentos de hambre, maltrato físico, miedo y terror.
Y todo ello nacido de la propia mente humana, de la que es difícil de imaginar hasta dónde puede llegar cuando está dominada por el odio. Es necesario conocer y recordar esta historia, para que a nadie se le ocurra repetirla. Ahora, que comienzan a aparecer en la escena europea formaciones políticas que recuperan el espíritu nazi, es más que nunca preciso este ejercicio de memoria histórica.