Si recalan por San Lorenzo en estos días, que no es mal sitio, permítanme que les recomiende un lugar que está de cumpleaños. Uno de esos lugares en los que parece que el reloj se ha detenido, en los que la esencia de tiempos pretéritos sigue pululando en el aire y en el que los 150 años que cumple lo que hacen es rejuvenecerla. La Bodega de San Lorenzo, recientemente remozada pero sin perder ni un ápice del mejor pasado, permanece imperturbable y fiel a lo que fue, es y será. Más bella, más joven y a la vez con la esencia que algunos bares de Sevilla han logrado conservar. La Bodega sigue siendo eso: una bodeguita de arrobas de vino, refugio de sus parroquianos en la acera de Juan Rabadán, donde permanece desde 1864.
Bajen los dos escalones que la separan de la altura de la calle y sumérjanse en otro tiempo, entre una peculiar azulejería y un mostrador de madera de los de antes, que corre de una punta a otra. Observen los bocoyes con el Vino de Naranja y los viejos documentos que adornan sus paredes. Premien, entonces, a su paladar con “El Repetidor”, un aliño de atún con cebolla muy picada y con o sin tomate (a su gusto), que es la tapa más antigua de la bodega. Que se me antoja pensar que es la tapa más antigua de Sevilla. Pero si no quieren equivocarse, la Ensaladilla es la apuesta segura: elaborada con una receta que viene de años y que hasta formó parte del contrato de cesión. Oiga, que lo bueno hay que cuidarlo.
Si se sumergen en su singular historia podrán descubrir sorpresas tan agradables como la que yo me he llevado. Resulta que este negocio fue propiedad de Bodegas Viña Sol, fundada por Francisco Galisteo y que llegó a tener 46 bares en Sevilla y una planta embotelladora en la calle Luis Cadarso. Quien firma estas líneas recuerda cómo, de niño, acudía a uno de estos despachos en la calle Águilas, junto a la Alfalfa, de la mano de su padre, a comprar vino de mesa. Que te rememoren tu infancia de esta forma ya es algo que te endulza el paladar de la memoria.
La visita es obligada. Y más aún si te encuentras con la amabilidad de Ana y Fernando, sus propietarios, auténticos anfitriones, que te despachan de aperitivo con sólo verte un vermut y una sonrisa. Sonrisa sincera en sus ojos, que ahí es donde se dibuja la sinceridad.
Háganme caso y no renuncien al placer del vino, del tapeo y de la buena compañía, aunque la mejor Soledad esté cerca. Ahí, en el centro del universo, que en estos días de Cuaresma no es otro que San Lorenzo. Porque ahí, ya lo saben, habita QUIEN habita…