El Jueves

Aquí se lee

Marta escribe. Nació para ello. Lo supo y ahora, de nuevo, lo sabe. Cuando sube la cuesta -es fuerte, nadie lo duda- y rebusca de nuevo su libreta, allí en el fondo de su bolso. ¿O es su alma?

No ha amanecido cuando la luz arrasa el manto de tiniebla que cubre la noche. El cielo es color de naranja amarga, esa que aturde a los alfileritos de novia que trajeron, en estallido de flor, los calores de la primavera. La naranja amarga convertida en compota dulce con el paso del tiempo.

El tiempo. Ese que forma inauditos compañeros de renglones derechamente torcidos, así que tarde más de treinta años en cumplirse. El tiempo.

No es la luz del día la que ilumina la tiniebla: es la tormenta. Un poderoso relámpago, como una mujer valiente que sonríe, sincroniza sueño y realidad y provoca un despertar extraño, como presagio de que el día que se despereza, fuera a traer tiempos distintos. A las pinceladas cobrizas las deslumbra la luz de su despertar. Ni tan siquiera Dionisio, ese viejo de Pilatos que sólo unos pocos conocen, podría dibujar tantos matices secretos.

Y es que el alma, a veces, sueña novelas.

“Aquí se lee”, vuelve a repetirse en la memoria selectiva del olvido. Y aparece Marta, en su búsqueda ansiosa de encontrar letras en una habitación soñada, de difíciles dimensiones que desafían la arquitectura. Marta aparece -o reaparece- en la asepsia de una libreta, la virginidad del papel blanco, la inmaculada pureza del pensamiento, la limpieza del alma. La de ella. Y en ella y en sus cosas. Oculta en un rincón del bolso, que viene a ser como su yo más íntimo, incluso coqueto; en desordenado orden se encuentra de todo llegado el momento: alegrías y sonrisas abundan para repartir, que tanto le gusta. Si, a los que siente suyos. Que los imagina protagonistas de unas letras que escribe en su cabeza en el fugaz instante de volver la esquina de una plaza, que marca el camino de otra Luz, la que aquel día ambos buscan.

Marta, en realidad, no busca libros, que de sobra tiene. Busca algo que contar y hoy es el día. Atropelladamente, si así fuera. Pero no, porque sin saber por qué le invade la calma. Cuando no sabe qué pasará detrás de aquella puerta, en la que las noticias, en ocasiones, no son las esperadas, desde el blanco de una bata con bolígrafos de colores asomados al bolsillo.

Marta escribe. Nació para ello. Lo supo y ahora, de nuevo, lo sabe. Cuando sube la cuesta -es fuerte, nadie lo duda- y rebusca de nuevo su libreta, allí en el fondo de su bolso. ¿O es su alma?

Debe estar tranquila, porque Él y el, los dos de la plaza, aquella mañana de novelas inventadas, la cuidan a su forma. Y muchos más, que empujan en tropel.

Marta es la luz. Porque “aquí se lee”. Ella lo quiera así. Lo sueña.

Y será.

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