Debemos preocuparnos por estas alteraciones del orden público que suceden, pero no es menos cierto que debemos alegrarnos porque la Semana Santa produzca un impacto económico en la ciudad que ha supuesto el 1,26% de su producto interior bruto.
Parece que no ha sentado muy bien a algunos que el alcalde de Sevilla diera a conocer, pasada la Semana Santa, los datos sobre el impacto económico que la misma ha dejado en la ciudad: hablo de los 280 millones de euros que muchos, de obtusas miras, han venido en criticar, anteponiendo la importancia de los lamentables hechos acaecidos en la Madrugada a este dato. A esto se le llama confundir churras con merinas.
Una cosa nada tiene que ver con la otra. Los hechos de la Madrugada son ciertamente lamentables, a los que hay que buscar una solución más pronto que tarde, porque lo que anda en juego es la vida de las personas o al menos su integridad física. De las personas, digo, que participan en los cortejos y de aquellas que tranquilamente los contemplan en la calle. Pero estos hechos pasarían con los hoteles, restaurantes, bares y comercios llenos o vacíos. Nada tiene que ver una cosa con la otra.
Debemos preocuparnos por estas alteraciones del orden público que suceden, pero no es menos cierto que debemos alegrarnos porque la Semana Santa produzca un impacto económico en la ciudad que ha supuesto el 1,26% de su producto interior bruto. Peor sería que nos encontráramos que la mayor fiesta no crea riqueza. La fe, la devoción, las estaciones de penitencia y todo lo que rodea a esta riquísima manifestación religiosa (insisto, religiosa) no debe estar reñida con esta rémora de beneficios que deja en tantas y tantas personas que trabajan durante los días en los que algunos, me incluyo entre ellos, disfrutamos de esta peculiar fiesta primaveral.
No me duele la boca decir cada vez que puedo que las cofradías son una fuente de dinamización económica para un buen número de sectores productivos de la ciudad, sin incidir en la importancia del aspecto romántico de que mantienen un amplio número de oficios que, gracias a las hermandades, quizás se hubieran perdido y que son el sustento de numerosas familias y otros negocios derivados de los mismos. Como tampoco me van a doler los dientes reconociendo que este impacto económico viene a ser una “gallina de los huevos de oro” a la que hay que saber seguir explotando, con las cuitas precisas y necesarias: no hagamos de unos incidentes lamentables el estandarte noticioso, pues puede asustar al que se decida a venir a dejarnos sus euros en nuestras cajas registradoras.
Hagamos una Semana Santa grande, en lo espiritual y en la seguridad. Porque no olvidemos lo que económicamente ésta supone. A este dato también es preciso darle su importancia.