Hablamos en muchas ocasiones de nuestro espíritu sevillano, de que vivimos en la mejor ciudad del mundo, de que lo nuestro es lo mejor de lo mejor, sin conocer el resto del universo que nos rodea. Sí, presumimos de sevillano, pero entregamos nuestra atención y en muchas ocasiones nuestros dineros a aquello que nos viene de fuera. Nos damos el golpe de pecho de nuestras tapas y a la vez nos vuelven locos las nuevas tendencias gastronómicas que invaden con los gastrobares las calles de la ciudad. Nos encanta presumir de cultura de siglos y no reparamos en visitar las exposiciones que nos traen a los grandes maestros (alguno que otro nacido en nuestras calles) de la pintura o la escultura. Presumimos de músicos y abandonamos los conciertos de los grupos emergentes que están naciendo en nuestra ciudad para comprar las entradas -incluso con meses de antelación-de las estrellas internacionales que de vez en cuando nos visitan. Que no digo que esto sea malo, sino que no lo complementamos con lo que tenemos más cerca.
Y en los libros pasa más de lo mismo. Mire su biblioteca, esa de casa, por un momento. Cuente los volúmenes que existen de temas relacionados con nuestra ciudad (ojo, los de Semana Santa y los coleccionables de los periódicos no cuentan). Y todo porque, simplemente, no consumimos a Sevilla, a nuestra propia marca.
Aquí a quien destaca por algo se le corta la cabeza. Así, sin más. Y quien no comulga con la rancia opinión de unos pocos, pues también se le pasa por la guillotina efímera de los poderes fácticos de la ciudad. Si alguien quiere hacer algo por mejorar esto con una idea genial se le ignora “hasta que se le pase”. Y así nos va, que avanzamos a paso de hormiga coja.
Por poner un ejemplo, cualquier holandés que se precie tiene tulipanes en su jardín que regala a sus visitantes extranjeros. Nuestro amigo italiano nos lleva a comer pasta, cuando le visitamos en la vieja Italia. Aquí no regalamos ni geranios ni gitanillas a nadie, ni tan siquiera un sobrecito de semillas.
Tampoco llevamos a nadie a tapear, sino que elegimos algo más europeo, más internacional. Nos gusta quedar bien.
No sea tonto y cómprese una taza de café que ponga “Sevilla”, aunque tenga que entrar en una de esas tiendas del entorno de la Catedral que sólo están hechas para los guiris. Sea y siéntase embajador. Y apoye a los que apoyan lo suyo, que es lo de todos.
Y así, creceremos un poco más. Es sólo una cuestión de cambiar los conceptos: sevillano de Sevilla. Pero de verdad y a todas horas.