A mediados del mes de julio, cuando el calor apretaba de aquella manera insoportable y pensábamos que íbamos a morir todos bajo el castigo del Lorenzo, en esta columna aparecieron unas ideas con formas de letras, mal o bien construyendo e hilvanando frases, que bajo el título de “Serlo y parecerlo” abordaba la figura de la mujer del César, esa que tantas veces nombramos bajo las premisas de su honestidad. Hoy no es que vuelva a la carga con la señora emperadora, de la cual no es malo nunca hablar o al menos recordar, pero sí se me vuelven aquellas ideas a la memoria a raíz de lo que pudimos leer ayer en los periódicos y, a la postre, recordar otra de las muchas frases que el saber popular pone en ocasiones en nuestros labios: morir matando.
Todo el mundo y todas las situaciones en la vida, o al menos la mayoría de éstas, tienen una última oportunidad para la enmienda, antes de la definitiva jodienda (perdón por lo castizo del término). Parece que hay quien no lo entiende así y hasta el último momento quiere morir matando, cuando la realidad es bien distinta: está muriendo sin darse cuenta que deja al descubierto su prepotencia y orgullo, su vanidad y su soberbia, su impresentabilidad y su desvergüenza. Lo que hace es, ni más ni menos, echar sobre su imagen más y más porquería, esa misma que le ha llevado hasta estos lares.
Discúlpese hombre, si no con las presuntas víctimas sí al menos con los que tiene a su alrededor y que se han visto salpicados con sus felonías. Discúlpese, señor, con la Institución de la que se ha servido, que su mala cabeza ha hecho que viéramos lo que nunca nos hubiera gustado ver, como es a una imagen de Montañés -la imagen de Montañés- en las páginas de color de la revista Interviú. Discúlpese, caballero, con un colectivo que ha estado en silencio, no sé si por miedo o falta de valor o por que esta ciudad silencia aquello de lo que le es molesto hablar.
Perdone por llamarle hombre, señor y caballero.
No intente morir matando, permítame el consejo (en minúsculas), porque a lo único que le lleva es a empeorar la situación en la que se encuentra, que me parece no ser el mejor escenario al que nadie le gustaría tener.
La justicia debe hablar, antes o después. Será en un sentido o en otro, pero le aseguro que lo que ha dicho no le beneficia. Morir matando no es la mejor forma de arreglar las cosas. Morir matando significa más sangre y más dolor. Y menos honestidad para el actor de la misma, se lo aseguro, cuyo recuerdo no morirá sino que malvivirá para siempre.