Exculparse en el batacazo por la tarde desapacible, por el frío o del lamentable estado del terreno de juego, pudiera servir para maquillar una derrota ante un rival que no le ganó precisamente a base de fútbol. No le bastó.
El Estella se adecuó para aprovecharse de la anodina, complacencia y desgana de un equipo que se creyó victorioso antes de tiempo.
Por segundo partido consecutivo como local, los portuenses volvieron al
exilio de la Ciudad Deportiva y al igual que quince días atrás, contó con dos partes bien diferenciadas. El césped, o lo que queda de él y el terreno de juego irregular, contó, además, con la inestimable ayuda de la lluvia.
Complemento perfecto para que éste se convirtiera en un patatal. Un patatal para los dos.
Con otro equipo de circunstancias, los rojiblancos siguen penando sus aireadas protestas semana tras semana. Con un juego intermitente, con demasiadas interrupciones, con un fútbol directo y de un imposible toque, fue discurriendo un partido que fue tornándose cada vez más complicado según pasaban los minutos.
Y eso que el golazo de Carlos Terry a la salida de un córner, hizo pensar todo lo contrario. El rival, que aún no conocía la victoria a domicilio y que en diez partidos únicamente había vencido en una ocasión, dio el campanazo.
El gol del capitán, que se elevó y marcó todos los tiempos en el aire, insufló de optimismo. La expulsión de Mario tras una fortísima entrada a Rober, no hizo sino pensar que la cuarta victoria estaba más cerca. El guión previsto se iba cumpliendo. Más lejos de la realidad, la segunda mitad no fue sino la constatación de la indolencia. Y carencias, que también las tuvo.
Al igual que hace quince días ante el Barbate, el creer que todo está encaminado y que el rival de turno está controlado, jugó de nuevo una mala pasada. En aquel entonces, un penalti, tan justo como socorrido, maquilló las desaplicaciones, la desidia y el hastío dominante.
El Estella marcó nada más comenzar la segunda parte. No tenía nada que perder. Con un jugador menos y con el marcador en contra, buscó el portal de Jesús Chino con convicción. La jugada le salió perfecta. Los rojiblancos, ausentes y perdidos, sufrieron el aluvión, no sólo de la lluvia, sino de la verticalidad de unos jugadores, que con más efectividad que plasticidad, entendieron y leyeron el choque a las mil maravillas.
El juego preciosista se dejó al margen. Hoy no tocaba. Había que ser práctico y seguro. Rapidez y saber aprovecharse de las circunstancias, sirvieron para desmontar la sonrisa del descanso.
En ocho minutos de caraja o de plenitud -cuestión de lectura-, el partido se decantó de un lado sorpresivo. La expulsión de Adán empezó a desnivelar y a ennegrecer el horizonte. Las protestas, las enésimas en otro partido más, tampoco ayudaron a centrarse en buscar un empate que se fue diluyendo.
A la contra pudo llegar el cuarto y el quinto. El Recreativo se puso las pilas cuando ya era tarde, cuando la noche ya oscurecía La Puntilla, cuando la victoria quedaba lejana. Un querer y no poder. Diez minutos para olvidar y que deben servir para aprender en un futuro.