España

La perversión del lenguaje

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Se comprende que no es fácil decir otra cosa que la que dicen, pero con esa carga de asesores en la recámara, se supone que alguno debería renovar la caterva de verbos recurrentes que repiten una y otra vez el presidente del Gobierno y la señora vicepresidenta; esos latiguillos tipo “seguimos muy atentos”, “estamos vigilantes”, “estudiamos la situación”, etc. resultan ya demasiado manidos y han perdido –a la vista de los acontecimientos– buena parte de la credibilidad que tendrían que tener. Entre otros motivos porque sólo faltaría que un Gobierno no esté atento, no vigile o no estudie. Eso se da por hecho y sólo el enunciado, por desgracia, no basta en ocasiones.

No pienso enumerar ahora las frases del presidente sobre la crisis, por ejemplo, desde el verano hasta el momento presente. No sirve de nada y hasta es posible –aunque resulta peligroso– que el hombre no viera lo que se nos venía encima. Pero precisamente por eso, porque ni lo vio él ni nadie de los que le rodean, ahora nos resulta más difícil creerle que hace unos meses. En la entrevista con Gabilondo en La cuatro, un Ródriguez Zapatero relajado y naturalmente optimista, volvió al repertorio de verbos y futuros enunciando lo encima que está el Gobierno de la crisis y anunciando todo los bueno que nos va a pasar en un plazo más o menos breve, a partir del segundo semestre del año a punto de comenzar. Dios, Obama. La OPEP y los bancos le oigan. Pero no es bueno jugarse a una palabra la esperanza de muchos, el futuro de todos.

Para no volver a errar, se echa mano de algo que el lenguaje lleva implícito: la perversión. Así anunciaba Zapatero que se va a crear mucho empleo en un tiempo razonable; y lógicamente no se equivoca porque empleo se crea todos los días y si se invierte en gasto público –que es a lo que él se refería– se creará más. Pero el problema no es ese sino que se equilibre al menos la creación de empleo con la destrucción del mismo.

Cuando esas obras públicas se pongan en marcha, naturalmente que el presidente podrá decir que se han creado doscientos mil puestos de trabajo, pero la pregunta debería ser cuánto empleo se ha destruido y si ha disminuido o no el por ciento de parados. Ese es el gran drama del que nadie quiere hablar.

Los más optimistas no esperan ninguna reacción medianamente positiva hasta al menos 2010 y mientras la crisis dure, el consumo va a decrecer a la fuerza y esa falta de consumo va aumentar la crisis. El otro gran pilar de nuestra economía, el turismo y los servicios, van a notar por primera vez los efectos globales este verano y, ojalá me equivoque, los turistas y sus gastos, no van a ser los mismos que los de la última temporada. 
Lo mismo que la Constricción no sólo afecta a los trabajadores del sector sino a muchas empresas que viven del ladrillo, el turismo no se limita a las plazas hoteleras sino que se ramifica en multitud de pequeñas empresas que dependen directamente del número de turistas y de su consumo.

Imagino que los responsables ya estarán haciendo campañas y ofertas atractivas, pero de lo que ocurra este verano, va a depender también en gran medida la superación más rápida o más lenta de nuestra particular crisis que no es –se diga lo que se diga y las veces que se diga– exactamente igual que la del resto de los países de nuestro nivel.

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