Siempre hay una primera vez para todo. Incluso para hacer de ‘periodista del corazón’, sin querer hacerlo. Con nervios y algo expectante llegó una servidora a la cita en el Palacio de Dueñas. Expectante porque había oido hablar pestes de los paparazzis y nerviosa porque la idea de pasar horas y horas de pie entre una inmensa bulla de gente -como decimos aquí en Sevilla- y en uno de los rincones más estrechos de la ciudad no me hacía ninguna gracia. Aunque tengo que reconocerlo, me picaba el gusanillo de la curiosidad.
Despojada de mis tacones de los que casi nunca me despego -había que estar cómoda para la ocasión- y con ropa de batallar me presenté ante las vallas destinadas para la prensa. Fui de los más madrugadores, aunque los medios capitalinos me ganaron. Una vez elegido el que pensé que iba a ser el sitio privilegiado -creo que no me confundí- llegué a la conclusión de que mis enemigos no eran mis compañeros los ‘plumillas’ ni los cámaras ni los fotógrafos, si no las señoras de mediana y avanzada edad y, por cierto, sin nada más interesante que hacer que presenciar un bodorrio, que no cesaron en su empeño hasta que, a través de codazos y bolsazos me sacaron del perímetro establecido.
Por contra, mis aliados fueron esos ‘temidos’ paparazzis y los ‘seguratas’, que en más de una ocasión pelearon por mi integridad, en minúsculas, claro.Y a pesar de todo, tendría que dar gracias a esas inoportunas señoras, merced a las cuales pude saltarme las vallas y presenciar frente a frente con la duquesa el baile que ésta se marcó para disfrute de todos. Así que esta primera vez, tampoco estuvo tan mal.