Las actuaciones del Ejército israelí no tienen justificación posible. Pero es que además se internan en una espiral sin salida. El futuro del Estado israelí está ligado a un acuerdo donde los derechos del pueblo palestino sean reconocidos. Ellos lo saben, por eso estas nuevas agresiones sólo pueden enmarcarse en una lógica de pura destrucción del adversario, con objetivos coyunturales, a corto plazo. El precio de la muerte de civiles no parece contar demasiado. Es realmente escandaloso escuchar el cinismo con que la ministra de Defensa israelí señalaba que el objetivo son los terroristas de Hamas pero que, como en toda guerra, no se pueden evitar los daños colaterales.
Lo cierto es que desde 1967 Cisjordania y Gaza han estado bajo ocupación militar israelí. Esto ha supuesto el estado de excepción permanente, la persecución de los nacionalistas palestinos, la apropiación de sus recursos naturales, la expropiación de tierras y la instalación de colonos y bases militares, la progresiva judaización de la parte oriental de Jerusalén y la total subordinación de la economía palestina a la israelí.
Lo cierto es que, ante este conflicto, no cabe tener una posición equidistante. Es verdad que se producen atentados terroristas contra la población civil judía y que el Estado israelí tiene que velar por su seguridad, pero la desproporción de fuerzas (por cada israelí muerto, mueren doscientos palestinos) y la situación objetiva de ocupación y de ahogo económico de la población palestina, deja en evidencia cuál es la parte débil y cuál la fuerte. Y sobre todo, deja en evidencia la pérdida de legitimidad de Israel cuando invoca derechos históricos para su causa pisoteando los derechos también históricos del pueblo palestino.
Las guerras y los ataques militares ya no se juegan sólo en el terreno, cuenta también como se retransmite o deja de retransmitirse al mundo, incluida la propia opinión pública del país atacante. En este sentido, los estrategas israelíes se han cuidado esta vez de minimizar sus bajas, evitando así el desgaste consiguiente que genera y el riesgo de que los políticos se terminen echando atrás sin cumplir los objetivos de la misión. Esto ha supuesto aumentar el poder de fuego y por tanto las bajas palestinas. La estrategia se cierra imponiendo una censura informativa de forma que los periodistas no puedan ser testigos de las masacres. Lo están consiguiendo pero afortunadamente sólo a medias. Es muy difícil censurar una masacre de esta envergadura. Pero más difícil aún va a ser ganar la batalla de la opinión. Las manifestaciones de este fin de semana en ciudades españolas y europeas así lo corroboran.
Desde los acuerdos de Oslo en 1993, tras el reconocimiento del Estado de Israel por parte de Yasser Arafat y de la OLP como legítimo representante del pueblo palestino por parte del primer ministro israelí, Isaac Rabin, el proceso de paz está atascado. La responsabilidad de Estados Unidos y de la Unión Europea es manifiesta. Este conflicto no es una maldición bíblica, puede y debe resolverse por la vía pacífica. Ni un minuto más de agresiones y masacres, ni un minuto más de posturas cínicas y equidistantes. Es uno de esos temas donde los políticos, cada uno desde su grado de responsabilidad, deben ganarse el sueldo contribuyendo a una solución justa. ¿Lo harán?