Somos un país inflacionario. Déjenme que me explique. Durante el siglo XX hemos sido un país con una inflación media muy superior a los países de nuestro entorno. Todavía recuerdo las cuentas de la farmacia de mi abuelo, que ingresaba al mes –no recuerdo en qué año– la sustancial cantidad de unas mil pesetas mensuales; seis euros al mes, para que nos entendamos.
Eso es lo que tenemos los españoles en el subsconsciente. Ya se ha probado la importancia que estas cosas tienen en las decisiones económicas; así, se ha demostrado que las personas que, en los EEUU, vivieron las consecuencias del crash bursátil del 29, son unos inversores más prudentes que los nacidos pocos años antes o después.
Por eso los españoles compramos casa; porque la vivienda es un magnífico seguro en caso de inflación. No es que a los españoles les guste más que a otros europeos tener una casa; es que viven en un país donde ha habido más procesos inflacionistas.
Así que se nos han metido en la cabeza que la inflación es mala aunque la mayoría de nosotros, los que no son economistas, no entiendan muy bien el por qué. Esa es la explicación a lo que ha pasado esta semana cuando se ha sabido que la inflación ha descendido mucho y que ¡milagro, señores!, es más baja que la media europea.
Y sale algún o alguna miembro del Gobierno o su partido para decir a boca llena que es un logro de las medidas del Gobierno. Decir eso es una majadería; y si no sabes economía, hay que ser prudente. Vamos a intentar explicarlo.
Cierto Diccionario de Economía y Finanzas del que soy coautor definía la deflación del modo siguiente:
“Situación inversa a la de inflación, que se manifiesta en la caída del nivel general de precios, como consecuencia, normalmente, de una política de reducción de los agregados monetarios, o a causa de una depresión que incide en una baja importante de la demanda. Aunque en el pasado, con el patrón oro, ha coexistido deflación con un crecimiento económico aceptable, su aparición a finales del siglo XX provocó el miedo a que implicara un estrangulamiento del crecimiento; como efectivamente sucedió en Japón. Ello ha sido así por aparecer después de una burbuja bursátil e inmobiliaria que dejó al consumidor medio con un nivel de deuda muy superior al históricamente medio; la deflación, al contrario que la inflación, aumenta con el tiempo la carga del servicio de una deuda”.
Lo que está pasando en España es que la caída de la demanda (del consumo privado, por ejemplo) está siendo mayor que en la Unión Europea; al ser nuestra situación peor, la caída de los precios es mayor. No es para alegrarse; es un mero indicador de la gravedad del problema.
Y, ¿es mala la deflación?. Como dice la definición, entre otras cosas, aumenta la carga del servicio de la deuda; en otras palabras, aumenta el tamaño de la hipoteca a pagar en términos reales. Me asombran titulares de periódicos diciendo que el coste de las hipotecas va a bajar; lo que bajan son los intereses, pero el principal que queda por pagar aumenta en poder de compra.
Y hay más. Si hay deflación, aumenta el componente salarial (fijo) de lo que producen nuestras fábricas y campos en relación con el precio de venta del producto, que baja. Nuestras empresas se convierten en menos competitivas; lo que aumentará el paro. Si es difícil bajar los costes salariales con una cierta inflación, excuso decirles lo que será con deflación: habría que bajar el sueldo a los trabajadores. ¿Están preparados los sindicatos para negociar en la nueva situación económica?
Si hay deflación aumenta el coste de las pensiones que pagamos con los impuestos de todos los trabajadores (que cada vez serán menos).
No trato de opinar en este artículo, sino de informar. Hay peligro cierto de deflación y les cuento lo que es. Y como saben que me gusta el vino, les doy un consejo que sirve para estos tiempos y para otros: cómprense unas cajas de buen amontillado viejo que, a menos que se lo beban, les protegerá de los riesgos de la inflación. (¿Inflación? ¿Pero no era deflación lo que hay? Bueno, dejemos eso para otra semana).