Duch, de 66 años, fue el comandante de la prisión de Tuol Sleng, por la que pasaron unas 14.000 personas para ser interrogadas, torturadas y ejecutadas entre los muros del recinto o en el campo de exterminio de Choeung Ek, a unos 15 kilómetros de Phnom Penh.
El ex Jemer Rojo de menor rango de entre los que serán juzgados fue trasladado al edificio del tribunal desde el cercano centro de detención en un coche blindado, protegido por un convoy de vehículos repletos de miembros de las fuerzas de seguridad.
Con el rostro enjuto y mirada gastada, Duch se sentó en el banquillo de la sala de vistas del tribunal, protegida por cristales antibalas, y en la que, desde hacía varias horas, cerca de medio millar de personas, casi la mitad de ellas extranjeras, aguardaban su llegada al edificio del tribunal.
“La primera vista representa la realización de los notables esfuerzos para constituir un tribunal justo e independiente que intentará juzgar a aquellos que ocuparon posiciones de liderazgo y a los que tuvieron mayor responsabilidad en las violaciones de las ley camboyana e internacional”, dijo el juez Nil Nonn, al declarar abierto el juicio contra el comandante del Tuol Sleng.
Duch, que afrontará los cargos de crímenes de guerra y contra la Humanidad, asistió a la vista vestido con una camisa de color azul y portando gafas, como esas que el régimen Jemer Rojo consideró un artículo contrarrevolucionario y cuyo uso castigó con la ejecución.
El camarada Duch y su máquina de matar simbolizan el genocidio perpetrado por el Jemer Rojo entre abril de 1975 y enero de 1979, periodo en el que una cuarta parte de la población fue ejecutada o murió de hambruna o por enfermedades en un país que transformaron en un inmenso campo de trabajos forzados.
En la atmósfera que se vivió durante la sesión se mezclaron la convicción de aquellos camboyanos que aseguran asistir a un “momento histórico” y el escepticismo con el que otros acogen los juicios y su propósito de rendir justicia a las víctimas del holocausto.
“Quiero saber cómo acaba esto, cuál es el resultado. Por eso he venido”, dijo Sokhan, de 74 años y de los cuales más de tres los pasó en un campo de trabajos forzados de Battambang, donde vio morir de hambre a tres de sus hijas.