En un tiempo en el que parece que todos los villancicos deben pasar por el filtro de la bulería siempre es conveniente hablar con la voz de la experiencia. José Suárez Peña, bombero de profesión y
medalla al mérito del trabajo, gitano para más señas y de la calle Cantarería, comenta que la Navidad en Jerez no se vive como antes pero que es normal porque “los tiempos cambian y hay que entenderlo”.
En su misma calle conoció a su mujer,
Josefa Antúnez, la hija del cuchillero que vivía en la casa del al lado. Él en el 8 y ella en el 6. Pepa sigue a su lado después de tantas décadas desde que comenzaron a tratarse como novios. Eran mocitos, y en las zambombas que se celebraban en los patios de vecinos del barrio en los días previos de la Nochebuena se vestían con la ropa “almidoná” y allí se formaba la fiesta.
José recalca que se cantaban las
coplas de siempre,
los villancicos y romances, que “mi mujer por cierto se los sabía todos, como María Bala y la familia Sordera”, y luego, cuando llegaban las horas altas de la madrugada los gitanos viejos se metían en un cuarto para hacer el cante gitano: la seguiriya, la soleá… “Me acuerdo de que mientras estábamos en la zambomba aparecían Tío Borrico, El Troncho, Sordera… que venían de las ventas de trabajar por la noche y entonces se sumaban”.
Es curioso cómo se le iluminan los ojos cuando recuerda aquella época, esa década de los cuarenta y cincuenta llenita de fatigas. Una época de posguerra en la que las labores del campo ayudaban a redimir el hambre. De allí, del campo precisamente se traían las cañas de carrizo para secarlas y hacer luego la zambomba. “En los días de diciembre cogían una tinaja y se le ponía tela de
muselina, que las mujeres la tenían para los calzones blancos de los maridos. Entonces luego le ponían el
carrizo y con una poquita de agua en las manos se deslizaban para hacerla sonar”, relata.
El ambiente era “familiar, todo eso que ya no hay ahora, éramos todos uno, no había un mal codazo, una mala palabra
, ni había diferencia entre gitanos y payos”, prosigue, “y las mujeres hacían un pucherito por la mañana, y algunas cositas más, en una cocina común y desde el mediodía ya teníamos la fiesta. Las mujeres mayores, con sus pañuelos en las cabezas hacían las tortas y los pestiños, y no todas los bañaban con miel. Algunas pobrecitas que no tenían pues le echaban
azúcar y agua”. ¿Zambombas durante más de un mes?Nada de eso, lo más cerca que estaba un villancico del mes de noviembre era cuando “algún gitano cantaba en un tabanco algo y quizás metía una letrita referente al
Niño de Dios y a la Virgen María, pero lo que era la celebración de la Navidad no llegaba hasta los días previos al 24”.
Vuelve al pasado para comentar que “era una alegría ver a esas gitanas tan guapas con cualquier bata puesta, todo les caía bien aunque no tuvieran grandes lujos”. Él ya no suele ir a ningún sitio porque “con la edad no se puede” pero sentado en la mesa del bar La Canilla de la calle Larga al menos escucha los villancicos de fondo y respira el ambiente. “
Me alegro que ahora Jerez se llene, sobre todo por la economía que sé que mejora con tantos turistas. Es normal que todo cambie, pero yo me quedo con esos años en los que no había ni una pizca de maldad y éramos una familia”, insiste. “Ahora las plazoletas se llenan y cantan algunos
, antes el soniquete era más fácil de llevar para que todos pudiéramos participar”.
Además de las coplas más antiguas, a José le ha gustado mucho el villancico “que cantó María José Santiago, el de su Carita Divina, que compuso Antonio Gallardo”.