La feria es como la vida misma, pero en siete intensos días
La vida es una tómbola, cantaba Marisol. También, en ocasiones, es triste y melancólica, como decía mi añorado padre. Pues la feria es como la vida misma, pero en siete intensos días, y en una ciudad efímera, como la ubicada en el Parque González Hontoria, donde se reparten los abrazos, los saludos, los apretones de manos, los cómo estás que hace tiempo que no te veo y a ver si echamos un rato de charla que tengo ganas...unas ganas que se le quitan a poco que el calendario pase la hoja del día 18, último día de la Feria del Caballo. El lunes, día 20, te encuentras al mismo tipo con el que tropezaste en medios del real y le diste un achuchón del que aún se está doliendo y si puedes te haces el despistado y ni siquiera le saludas. Por eso la feria se convierte por unos días en la tómbola de la fortuna, donde todo el mundo es bueno, menos el metepatas que se ha tomado el sexto rebujito y se pone a hacer el imbécil, o aquel que aunque esté fresco tiene la misma guasa cuando es feria que cuando no lo es, que de esos, también, hay muchos y la lista puede ser hasta larga. Como son largas las listas de premios de las tómbolas, aunque yo sigo echando de menos a la “chochona” como echo de menos algunos ratos de charla sosegada en los medios de la caseta por aquello de la música a todo volumen porque quiere la vecina del quinto que se ha sentado junto al vecino del cuarto en una esquina de la caseta. La del quinto diciendo que suban el volumen y en la otra esquina, Antonia, que vive en el tercero de un barrio de El Puerto, pidiendo que por favor lo bajen. Y que hace el chaval que está en la barra. Mandarlas a las dos a hacer gárgaras y poner el volumen como le da la real gana. Como en la tómbola