En la Nochebuena todo es previsible. La cena familiar. Los villancicos. La programación televisiva. Y, claro, el discurso del Rey. Uno de los mayores problemas de la Corona reside en la falta de credibilidad. Don Juan Carlos, el año que se conocieron públicamente las fechorías de su yerno Iñaki Urdangarín se refirió en su alocución navideña a la necesidad de “ejemplaridad”. Mientras tanto, el actor y dramaturgo Alberto San Juan ensayaba en el Teatro del Barrio de Madrid la obra ‘El Rey’, en la que un personaje reprochaba a Juan Carlos I: “Usted es el mayor comisionista de la historia de España”. El emérito pasa sus terceras navidades en Emiratos Árabes Unidos, lejos de su país y de su familia, pero la Monarquía aún se duele de las heridas que le infringió: por su entrega a la vida loca de la canción, alejada de la responsabilidad de un rey, y por su extravagante afición a las máquinas de contar dinero, que denunció aquella siniestra mujer rubia de apariencia elegante y actuaciones vulgares, que ahora reside en Londres y frecuenta despachos de letrados caros.
Peridis, en sus viñetas en ‘El País’, dibuja un Don Juan Carlos empequeñecido y con garrote, que arrastra tristemente la Corona sujeta con una cuerda. Don Felipe trabaja por devolver el prestigio a la Monarquía. Su discurso navideño resultó previsible y equidistante. Pero no hay otro camino. En los días siguientes a la alucinación catalanista del uno de octubre de 2017 salió el Rey a decir en público lo que correspondía lanzar al entonces presidente del Gobierno, Marian Rajoy, y la imagen de Felipe VI quedó desde entonces dañada, sobre todo en amplios sectores catalanes y de la izquierda. Gabriel Rufián, por ejemplo, no desaprovecha ninguna ocasión para devolver algún golpe político a la Corona. El discurso del Rey tuvo el sábado momentos luminosos cuando habló de Europa. Fue un discurso europeísta. España ocupará la presidencia de la UE en el segundo semestre de 2023. Y Felipe VI enumeró tres amenazas para la democracia: “La división de la sociedad”, “el deterioro de la convivencia” y “la erosión de las instituciones”. El país viene de vivir una resolución insólita en democracia del Tribunal Constitucional, que prohibió una votación en el Senado dirigida a dar luz verde a una ley dirigida a la renovación del propio tribunal de garantías. El discurso del Rey lo siguieron millones de telespectadores. Felipe VI emplea palabras prudentes y a veces encriptadas, pero por su trayectoria ejemplar no tiene que dar explicaciones de nada, ni exclamar aquello de: “¿Explicaciones de qué?”