La tribuna de Viva Sevilla

Palos de ciego

No es cuestión de crear más monumentos. Sevilla es un monumento en sí. No son monumentos lo que necesita Sevilla sino una gestión cabal de sus monumentos, establecer ciertas urgencias y un orden de prioridades. ¿Qué fue de la torre de don Fadrique o de la iglesia del convento de Santa Clara?

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Si no fuera por el respeto que sentimos hacia el gran filósofo, maestro indirecto de varias generaciones de españoles, hubiéramos dado a este artículo el título “No es eso”, pero hemos preferido darle este otro, digno de un “Capricho” de Goya, que no le va mal. A veces, en Sevilla se acumulan las noticias sensacionales sobre nuestro patrimonio en tal manera que dejan sin aliento al que las oye: el Alcázar alcanzó el año pasado el máximo histórico de visitas superando en más de un millón de personas al año anterior; se propone con el beneplácito de muchos la traída del Museo de América desde Madrid a Sevilla para que sea instalado en las Atarazanas o en su defecto en el edificio central de Correos; se proyecta un nuevo monumento dedicado a Antonio Machado frente al Palacio de las Dueñas; se abre un bar en la recoleta placita de Santa Marta.

En primer lugar, el Alcázar no debe olvidar la saludable dieta que le impuso hace ya más de un lustro aquel sabio director: “el lunes, día de descanso del monumento”. Por favor, no matemos a la gallina de los huevos de oro. Este edificio está relacionado históricamente con el otro en desuso. Pero tampoco nos deslumbremos con la última ocurrencia de algún avispado americanista aficionado a la pólvora crematística cuando la ciudad de Sevilla no tiene aún su museo de Historia de la ciudad. Aunque a algunos les parezca una solución barata para el problema de las Atarazanas no olvidemos que a la postre lo barato resulta caro.


No es cuestión de crear más monumentos. La ciudad de Sevilla es un monumento en sí. No son monumentos lo que necesita Sevilla sino una gestión cabal de sus monumentos, establecer ciertas urgencias y un orden de prioridades. Qué fue de la torre de don Fadrique o de la iglesia del convento de Santa Clara, en estado de ruina. Hace poco un periódico local señalaba seis enclaves con alma para pasear por la ciudad. Uno de ellos, la placita de Santa Marta, donde “basta adentrarse en esa alhaja de cal y forja para abstraerse  del tráfago en torno a la Catedral: aquí el silencio ni siquiera lo rompe un surtidor de agua”.


Ese silencio se ha roto porque recientemente allí se ha abierto un bar. El silencio que inspiró a Vázquez de Leca el encargo del Cristo de la Clemencia a Martínez Montañés o a Santa Ángela de la Cruz sus primeros escritos. Todo ello en la milla de oro del corazón de Sevilla,  en pleno barrio de Santa Cruz, al que solo le quedaba virgen esta plaza. Conservar  lo que tenemos debe ser la única premisa para mantener nuestro patrimonio y salvarlo de su destrucción. Sevilla es color, olor, sabor y también sonido ¿habrá que recordar lo que todos sabemos y perder lo que heredamos de la cultura de nuestros mayores? 


Cuando la mayoría declina de sus deberes y obligaciones conviene recordar las palabras del poeta Federico Schiller en sus cartas sobre la educación estética del hombre al Duque de Schlewig-Holstein: “…habrá que alumbrar manantiales de cultura que se mantengan frescos y puros en medio de la mayor podredumbre política”.

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