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La Constitución

“No digo yo que despojarla de su esencia, que es bienintencionada, reconciliadora y muchas cosas más, pero sí que soy partidario de una reforma que la adecúe a los tiempos presentes y dé cabida a los nuevos tiempos”

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La voté en su momento, juré cumplirla cuando tomé posesión como concejal y la he respetado desde que entró en vigor, pero eso no quiere decir que yo crea, como creen otros, que  la Constitución Española de 1978 sea una pieza jurídica perfecta e inamovible por los siglos de los siglos. La Constitución, con sus aciertos, con sus eficaces mecanismos para conseguir la reconciliación de los españoles, que fue uno de sus principales argumentos, es obra humana y por tanto susceptible de imperfección. Además, piensa uno, una Ley, y la Constitución lo es, es un organismo vivo, un mecanismo vivo como la sociedad a la que ampara, y por tanto, si la vida es movimiento la Constitución también debe moverse, adaptarse sin perder su esencia. Que puede reformarse, vamos, y no pasa nada, ni se rompe España ni nos quedamos normativamente a oscuras.


La Constitución del 78, vamos a ser claro, se la han venido saltando a la torera, cuando les ha interesado, todos los Gobiernos que se han ido sucediendo desde su nacimiento. Y sin ir más lejos, hace unos años la reformaron en un fin de semana porque lo mandaba Alemania. Pero eso sí, habla de reforma cualquier criatura y ya la están mirando con mala cara y tachándola de antiespañol, antipatriota, e incluso de antipático. Hay una especie de alergia a nombrar la palabra reforma que evidencia lo conservador que es, siempre, el Poder, aunque sea ejercido por gobiernos que lleven el progresismo por bandera.


No digo yo que despojarla de su esencia, que es bienintencionada, reconciliadora y muchas cosas más, pero sí que soy partidario de una reforma que la adecúe a los tiempos presentes y dé cabida a los nuevos tiempos. La Jefatura del Estado, la igualdad real de la mujer, la organización territorial, son algunas de las secciones que, sin miedo y con el mayor de los consensos, pueden y deben ser objeto de revisión, de transformación, de adecuación.


La tendencia a no movernos puede conseguir que nos pasemos toda una tarde de invierno pasando frío por no levantarnos del sofá y coger un albornoz o echarnos una manta por encima. Algo de eso ocurre con la reforma de la Constitución. Sabemos que necesita una manita de actualidad, pero por no ponernos a dársela nos tiramos legislatura tras legislatura dándole vuelta al bombo. Y así nos va.

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