El
paro en el transporte de mercancías ha relegado a un segundo plano lo que está ocurriendo en Ucrania. Y no será porque no lo advirtieron. Hasta el momento, todo cuanto avisaron que iba a suceder ha ocurrido tal cual, y sin necesidad de una bola de cristal, solo a partir del exacto conocimiento del funcionamiento del sector. O la
ministra de Transporte cuenta con unos penosos asesores, o le han dado igual las consecuencias del paro; en cualquiera de los dos casos, recurrir al argumentario de la
extrema derecha como gran incitadora de la situación, y hasta al del mismísimo
Putin como beneficiario directo de nuestra conflictividad a título doméstico, retratan su nula competencia en la evaluación de riesgos de una situación que ya afecta directamente al conjunto de la ciudadanía y a miles de empresas agroalimentarias.
Atribuirles la etiqueta de “minoritarios”, relegarlos a un papel residual por no pertenecer al
Comité Nacional del Transporte por Carretera, devaluarlos por su incapacidad estructural y organizativa, y renunciar a atender sus reivindicaciones, siquiera a escucharlos, como quien confunde la advertencia con un farol, no solo te desacredita, llegado el caso, como jugador de póker al que confiarle una apuesta, sino que evidencia el distanciamiento de la realidad en que se encuentra instalado el Gobierno. Porque hubiera bastado con acudir el pasado lunes a cualquiera de los piquetes repartidos por todo el país, palpar su estado de ánimo, profundizar en sus reivindicaciones y tener presentes sus advertencias para, cuando menos, reconocerles su capacidad para captar nuestra atención.
En ningún momento les he escuchado consignas políticas, ni desvaríos populistas. A lo sumo, su total desconexión con los dos grandes sindicatos,
UGT y CCOO, que, con cierta vergüenza torera, corrieron raudos a desconvocar su propia huelga en el transporte para este día 21. Por eso mismo causa cierto sonrojo que el Ejecutivo pretenda vincular la movilización con
Vox como único amarre emocional, ya que supone además concederle al partido de Abascal un protagonismo superlativo en la movilización ciudadana.
“Cuando en tres días dejen de llegar mercancías a los supermercados y la gente empiece a ponerse nerviosa, se verá si somos o no minoritarios”, me comentaba uno de los integrantes de la plataforma que ha convocado las movilizaciones. Puede que se equivocara en lo del nerviosismo, pero no en lo demás, por sus repercusiones en el bolsillo de tantos productores y distribuidores del sector alimentario, que acumulan en menos de una semana 600 millones de euros en pérdidas, eso sí, parte de ellas causadas por la actitud violenta y coaccionadora de los propios piquetes, que se han ido alejando con el paso de los días de sus posicionamientos pacíficos como suele ocurrir con otras convocatorias de paro y huelga, degenerando.
Recurrir a la intimidación desacredita, es inadmisible, y distorsiona cualquier discurso justo y bienintencionado, y el de los transportistas lo era -lo es-, porque entronca asimismo con la inquietud de la gente que, tal vez no esté nerviosa, pero sí sumamente cabreada ante la escalada de precios en los carburantes, en la electricidad y el gas, y en la cesta de la compra. Y han sido ellos, los
transportistas, los que han tenido el valor, forzados por la necesidad, de salir a la calle y ponerlo de manifiesto, a tenor de que lo del estado del malestar seguía sin traspasar la frontera de una cena en familia o del desayuno en el trabajo.
El
Gobierno de Pedro Sánchez, en respuesta, más que un pacto, nos pide un acto de fe, que aguardemos hasta el 29 de marzo, fecha en la que pretenden aprobar en el Congreso una serie de medidas que irán encaminadas a la reducción del coste de la gasolina, la electricidad y, en consecuencia, de la cesta de la compra. Y, obviamente, si han detectado el problema, todo el mundo se pregunta por qué no actúa de una vez y, lo que hay que imputar en su debe, por qué no lo hizo a la par que otros países como Francia, Portugal, Italia o Bélgica, que ya tienen sus medidas aprobadas. Al menos, habríamos ahorrado algo, aunque fuese en disgustos.