El “fin” de la nueva “insignia de Sevilla”

Publicado: 03/09/2024
Autor

Rafael Sanmartín

Rafael Sanmartín es periodista y escritor. Estudios de periodismo, filosofía, historia y márketing. Trabajos en prensa, radio y TV

Patio de monipodio

Con su amplia experiencia como periodista, escritor y conferenciante, el autor expone sus puntos de vista de la actualidad

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Hay que ver, terminar con el “nuevo distintivo” de Sevilla, como fue calificado por su valedor, Monteseirín. La maravilla del progrerío irredento, los hongos...
Hay que ver, terminar con el “nuevo distintivo” de Sevilla, como fue calificado por su valedor, Monteseirín. La maravilla del progrerío irredento, los hongos venenosos, no setas, porque las setas son comestibles en su mayoría, la “gran obra ultramoelna Meca del “moelnismo” festejada por horteras insatisfechos, convencidos de la bondad de todo lo último y sólo lo último, porque desde hace poco tiempo las cosas han dejado de ser buenas o malas, grandes o chicas, claro ú oscuro, bonito y feo. La clasificación se ha reducido a una división rasa: “antiguo” y “moderno”, con el significado de calificar de inútil  lo antiguo y festejar todo lo actual, aunque sean bloques cuadrados o redondos, cajas de zapatos o cilindros con ventanas, pasión de los arquitectos y nominado por los colegios profesionales con el socorrido, ramplón y equívoco nombre de “volúmenes”.

La “gran obra”, rechazada en la moderna Berlín, la obra ultramoderna que “introducía Sevilla en el mundo actual”, la admiración de amigos de lo extraño, lo inexplicable y falto de imaginación, que se admiraban y preguntaban pasmados “¡Anda ya! ¿Eso van a hacer en Sevilla?”, para quienes esta ciudad “dejaría de ser una antigualla”, por tanto negativa y pasaba a redimirse al ingresar en la “calidad” de lo realmente moderno. ¡Qué importantes somos a partir de ahora! Decían algunos, de ellos muchos arrepentidos al ver el resultado, porque, recuérdese, ya sólo queda una clasificación para todo y por tanto rasuradora: Antiguo y moderno.

Esta es la consecuencia de entregarnos a la ramplonería de la era informática, la de las líneas rectas y los bultos injustificables. Ahora, esos mismos admiradores y esos techos peligrosos, que fueron diseñados para una ciudad fría pero colocados en una ciudad calurosa, con el consiguiente riesgo de desprendimiento -fenómeno ya comenzado, pero no contemplado en su momento- se escandalizan cuando el Ayuntamiento decide quitar los salientes de la Encarnación, cuando deberíamos felicitar al alcalde y al Consistorio por dejar expedita la plaza al paso peatonal.

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