Sin vacuna, los test masivos, el distanciamiento social y muy especialmente la capacidad de rastreo de nuevos casos son las tres herramientas de prevención y contención de la propagación del virus tras el decreto del estado de alarma y el fin del confinamiento. Si bien casi la práctica totalidad de las comunidades autónomas cuentan ya con capacidad de llevar a cabo exámenes clínicos y se ha declarado el uso obligatorio de mascarilla tanto en espacios públicos como privados, la trazabilidad del brote marca la diferencia en la nueva realidad.
No es casual que la enfermedad esté descontrolada en Cataluña: la región solo detecta de cero a dos contactos por infectado. Andalucía, sin embargo, está entre los territorios con mayor capacidad de eficacia en el control de contagios masivos. Según los datos del informe de la Situación del Covid-19 en España, publicado por el Instituto de Salud Carlos III, detecta entre dos y once contactos por cada nuevo positivo, cinco de media, y cuenta con el mayor equipo de rastreadores: 8.648 sanitarios que mantienen a raya los 34 brotes activos en la actualidad.
Los buenos resultados obtenidos hasta ahora en la gestión de las crisis se debe, en primer lugar, al sistema organizativo, dado el generoso despliegue de enfermeros, el papel de la Atención Primaria en el diagnóstico precoz, y la coordinación con medio millar de epidimiólogos con presencia en los distritos sanitarios. Por otro lado, los brotes, como el de la discoteca de Córdoba o el velatorio de Belicena (Granada), se han producido en eventos más o menos reducidos en los que ha sido relativamente fácil contactar con los asistentes. Y en tercer lugar y cuarto lugar, la rapidez y la colaboración ciudadana también han mitigado los efectos devastadores de la explosión vírica.
Estas reflexiones pertenecen a Alberto Fernández Ajuria, profesor de la Escuela Andaluza de Salud Pública (EASP) y co-coordinador del programa de formación de trazadores de los nuevos casos Covid-19, junto a Isabel Ruiz, también docente de la EASP. El curso impartido a 600 profesionales de la enfermería, finalizado por 587 con una evaluación notable, admite, también ha sumado, y remarca la importancia de que los rastreadores adquiriesen las habilidades necesarias para afrontar una situación inédita: “Han recibido una formación específica del virus, que tiene unas características propias, herramientas para llevar a cabo entrevistas a personas con perfiles muy diferentes e instrucciones para llevar a cabo su trabajo con todas las garantías de seguridad porque a veces atienden a los usuarios en domicilios, o a un gran número de usuarios durante un largo periodo de tiempo”.
“El reto que tiene el médico que diagnostica es determinar los contactos estrechos del afectado”, explica, porque con esa información se pone en marcha el mecanismo de control. El infectado ha de aportar los datos de todas aquellas personas con las que ha pasado más de quince minutos a menos de dos metros de distancia, les ha proporcionado cuidado o con los que haya viajado en algún medio de transporte de largo recorrido en un radio de dos asientos.
El papel del rastreador es ponerse en contacto e informar de su situación. “Se respeta la confidencialidad”, aclara Fernández Ajuria, “preservando la identidad del infectado”. El trazador solicita “que permanezcan en aislamiento, explica los días que debe permanecer en cuarentena y por qué, qué se espera que haga cada jornada, cómo van a ser seguidos y las cosas que pueden ocurrirle durante ese nuevo confinamiento”. La ventaja es que el rastreador pertenece al mismo distrito sanitario, de manera que existe normalmente un vínculo previo.
El rastreador también recomienda pautas durante el encierro, como extremar la limpieza de superficies con lejía, ventilar habitaciones, usar mascarillas, compartimentar estancias para evitar el contacto con otros miembros de la familia o evitar salir y entrar del domicilio. “No necesariamente se hace test, pero si se lleva a cabo y da negativo, puede acortarse el periodo de restricción de movimientos”.
Los trazadores también han sido entrenados para afrontar entrevistas difíciles, en las que el contacto estrecho se niega a aceptar la situación, no quiere hablar con el enfermero o se asusta muchísimo. “Hemos ofrecido a los profesionales herramientas para ser asertivos y conseguir la colaboración”, explica. “Lo primero que hay que hacer es tratar de comprender por qué no quiere respetar la cuarentena y optar por el diálogo porque muchas veces basta para desmontar sus argumentos”. En cualquier caso, si la actitud persiste, hay instrumentos jurídicos, como “poner a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad frente a la casa”.
Hasta el momento no se han habilitado instalaciones públicas o privadas para controlar a los posibles afectados, lejos de sus círculos familiares. Pero Fernández Ajuria no lo descarta y ya hay alguna experiencia en otras comunidades. Pero, en cualquier caso, considera de vital importancia “dar mensajes que no saturen, es importante vehicular bien los mensajes para que se respeten las medidas básicas de seguridad”.
En este sentido, apunta que hay que evitar los espacios cerrados y favorecer siempre una buena ventilación. También advierte del riesgo de actos multitudinarios en espacios abiertos. “El contagio puede ser menos intenso, pero se puede registrar”. Y utilizar la mascarilla y guardar la distancia social.
“Hay que tener en cuenta que esta enfermedad tiene una peculiaridad con respecto a otras a las que se hace el rastreo”, apunta. “Para la meningitis o la tuberculosis tenemos proxilaxis y tratamiento, para el coronavirus, no, aunque no hay ni un solo virus sobre el que se sepa tanto en tan poco tiempo”. La dificultad en el control está en que, además, si un contacto estrecho acaba desarrollando la enfermedad, habrá que determinar a su vez sus propios contactos estrechos. El sistema es tan efectivo como complicado. Pero, hasta que no esté disponible la vacuna y teniendo en cuenta la contagiosidad y que no hay inmunidad de rebaño, la mejor manera de combatir el virus es la responsabilidad individual.