El cierre de la actividad no esencial para frenar los contagios desbocados en la tercera ola ha reducido el número de peatones y conductores que iban desapareciendo progresivamente de las aceras y las calzadas conforme se acercaban las 22.00 horas. Pero desde el 25 de octubre, haya o no restricciones más o menos severas, el toque de queda se cumple a rajatabla. “La sensación es de absoluta soledad”, señala Pablo, un joven repartidor de FingerFood, en Jerez, que simultanea los estudios en Sevilla universitarios con el trabajo que le obliga a circular por la ciudad desierta decenas de veces cada noche del fin de semana. “A veces temo que, si tuviera algún percance, solo acabaría atendido por algún compañero”, asegura, porque no hay ni un alma fuera de casa.
Las calles están tomadas durante algo más de una hora (pueden entregar comida hasta las once) por las motocicletas de empleados que llevan la cena a domicilio. “Entre las 21.30 y las 22.30 horas, el trabajo es frenético”, reconoce. La demanda se ha disparado desde que la Junta de Andalucía decretó el cierre de bares y restaurantes. En la avenida Álvaro Domecq aguardan a que el semáforo se coloree en verde hasta media docena de un golpe.
“El contacto con la gente es bueno”, agrega. Con mascarilla y guantes, mantiene la distancia durante la entrega. Ha calado el uso de tarjeta en detrimento del dinero físico. Todo es seguro. “Una vez, un cliente que tenía Covid me entregó el importe en un sobre”, pero los clientes se muestran educados.
“La población en general se lo toma muy en serio”, asegura un agente de la Policía Nacional que patrulla cada noche las calles de La Línea, una de las localidades más afectadas por la incidencia del coronavirus últimamente. “Lo tenemos fácil, los vecinos no se la juegan, saltarse el confinamiento sale caro y hay miedo”, explica.
Apenas ha tenido que intervenir por denuncias de fiestas o reuniones particulares durante el nuevo toque de queda. Y cuando lo ha hecho, no ha encontrado excesiva resistencia. “Los jóvenes colaboran más que los mayores”, indica. Curiosamente, también incumplen más el uso de la mascarilla las personas de más edad. “Cansa tener que estar pidiendo todo el rato que se cubran la boca y la nariz, ejerciendo de papá y mamá”, lamenta, al tiempo que denuncia que los agentes no sean considerados personal de riesgo por parte de las administraciones. En comisaría ha habido numerosos contagios. Durante su jornada, no se baja la mascarilla y siempre lleva las ventanas del coche abiertas. Pero necesitan cobertura sanitaria si hay un contagio en la plantilla. “No queremos cuarentenas, solo queremos seguridad para ejercer nuestro trabajo”, afirma.
Labores que, por lo general, se ajustan a las rutinas anteriores a la pandemia. A partir del confinamiento domiciliario de cada noche, “atendemos a las urgencias habituales, como peleas familiares”. Y la lucha contra la droga. “El narcotráfico no descansa” en la zona, subraya, ni tan siquiera cuando el virus acecha ahí fuera.
Juan, miembro de una empresa de seguridad privada en las instalaciones de Correos en el parque empresarial de Jerez insiste en ello. “No pasa un coche en toda la noche, hasta las cuatro de la mañana (las restricciones finalizan a las seis), siempre de trabajadores de las naves cercanas, y los viernes y sábado han desaparecido los grupos de jóvenes que se reunían para beber en las zonas verdes”, explica. Pero no baja la guardia ni un solo segundo. “El delincuente es el único al que no le preocupa las multas ni entiende de horarios ni toques de queda”, concluye.