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Ronda

Patricia Díaz: “Cuando haces voluntariado recibes mucho más de lo que das”

Hace más de 20 años la profesora viajó junto a Manos Unidas a Brasil y, desde entonces, ha participado en proyectos humanitarios en Bali, Camboya o Tanzania

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  • Patricia Díaz vivía en julio de 2021 su última experiencia de voluntariado, en Tanzania. -

El vínculo de Patricia Díaz, profesora de Educación Física en el Instituto Martín Rivero, con el voluntariado se remonta a más de 20 años. Cuando estudiaba en Granada, allá por el año 2000, le surgió la oportunidad de viajar a una localidad brasileña junto a Manos Unidas. Desde entonces, se ha involucrado en proyectos humanitarios en destinos como Senegal, Perú, Camboya o México.

Su última experiencia de este tipo fue el pasado verano, en julio, cuando tuvo la oportunidad de desarrollar un proyecto educativo y de inmersión en la comunidad masái en Tanzania.

“Considero que no necesitas irte tan lejos, puedes empezar en casa, compartiendo las tareas del hogar, ayudando, yéndote con una persona que sabes que estás más sola o un anciano. No se necesita hacer un voluntariado fuera, pero hay culturas diferentes y sinceramente te encuentras realidades, como las de este verano que, por ejemplo, no tienen agua. Son impactantes y es necesario conocerlas y no solo a través de una pantalla”, reconoce la docente.

Aunque suena como algo recurrente cuando se trata de África, Díaz destaca el carácter alegre de la sociedad, a pesar de que cuentan con recursos muy limitados. Sus funciones allí eran diversas, desde ordeñar a vacas, hasta desgranar maíz o enseñar nociones básicas de inglés a los pequeños alumnos de una escuela cercana al Kilimanjaro.

“Los niños no tenían casi nada, pero los ves contentos. Aquí tenemos de todo y la gente está un poco más triste. Pero allí colaboras en lo que puedes, eres uno más. Recibes más de lo que das. No solo vas a enseñar, ellos te enseñan una cultura, te abren los ojos a otras realidades. Y es un lujo poder vivir estas experiencias, porque estás con familias que además lo reciclan todo”, relata Díaz, que cuenta que una piel de patata les servía para hacer compota.

A la hora de compartir una anécdota, la docente cuenta que, en los días ordinarios, debían recorrer en burro tres kilómetros hasta el punto más cercano para recoger agua. Un día decidió alejarse un poco más y dio con una escuela llena de niños, con los que acabó jugando y cantando, y se percató de un grupo de chicos más mayores que procedían de otro poblado. Finalmente descubrió que esos niños, de unos 12 o 13 años, acostumbraban a hacer a pie cada día unos 14 kilómetros.

Para ella, con gestos y una sonrisa es fácil superar la barrera idiomática cuando debía trabajar con la comunidad local y, a pesar de sus muchos años de voluntariado en el extranjero, incide en el impacto de conocer un mundo radicalmente distinto al que nos rodea: “A mí me gusta mucho el campo, la naturaleza y eso me ha sorprendido mucho, pero, lo primero, la gente. Me da igual la montaña, o la foto, o la jirafa. Me quedo con la sonrisa de esos niños, el cariño que te dan y la verdad es que te toca el corazón, porque también es que no tienen de nada. A nivel de aseo tienen los dientes sucios, tienen mocos, moscas. Ves otras realidades y las vives en primera persona".

La profesora admite no haber experimentado momentos de gran dificultad o inseguridad, aunque recuerda momentos como su llegada al país africano, cuando un policía trató de hacerle creer que debía pagar por un visado para trabajar en la escuela. No obstante, señala que ese tipo de experiencias sirven para crecer y aprender, al tiempo que recomienda encarecidamente el voluntariado a los jóvenes como una forma diferente de hacer turismo y descubrir otras realidades.

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