El 2 de febrero de 2011 fue un día especial. No recuerdo que lloviera ni hiciera sol, pero sí a mi vecina María, doblada en su silla de ruedas. Entré por la puerta del Centro San Fernando Plaza y sentí una sensación extraña: noté ilusión. Se respiraba en el ambiente. Subí por la escalera mecánica de Thyssenkrupp y observé un ameno bullicio en la primera planta del Centro Comercial. Había cuarenta y cuatro personas -lo sé porque las he contado en la fotografía que guardo del evento- agrupadas en el centro del espaciado hall que daba paso a las taquillas y la entrada del Cine, entonces Ábaco. El grupo estaba formado en círculo, compacto. Los abuelos iban en silla de ruedas, ansiosos por entrar a una sala cinematográfica que no pisaban -ni ésa ni otra- desde hacía cuarenta años; los más jóvenes se mantenían en pie, cansados; otros muchos permanecían sentados en las sillas de la cafetería cercana, desperdigadas. Procedían de Cádiz, Chiclana, Jerez, San Fernando: de toda la provincia. A su alrededor recuerdo a Yasmina, Pedro, María, Ana Isabel, Cristina, Antonia y Estefanía. Quizá estuvieran también Rosa y otras compañeras, que entonces no conocía tanto. Deambulaban inquietas, cuidando de que a las personas que integraban el círculo de sillas no les faltara un vasito de agua, una servilleta con la que limpiarse la comisura de los labios, un poco de aliento. Quizá una mujer con el cabello cano cantara una copla, quizá un caballero hiciera reír a sus compañeros con chistes gruesos. Quizá alguien que los viera, una persona perspicaz, hubiera podido saber qué tenía todo ese feliz grupo en común.
Cuando Juan Carmona, el gerente del cine, les hizo una señal, las auxiliares empezaron a levantar a los abuelos y mover las sillas de ruedas, en una delicada procesión de ilusión. Las cuarenta y cuatro personas se ubicaron en las filas de asientos azules, ocupando, apenas, una quinta parte del aforo. Pasando de fila en fila, organizando a la gente y preguntando cómo se encontraban todos, estaba Lola Garzón, la directora de la Asociación de Familiares y Enfermos de Parkinson Bahía de Cádiz. Yo le había recomendado otra película, le dije: Lola, llévalos a ver Río, son dibujos animados pero es muy bonita, tiene colorido, les gustará. Sin embargo, eligió otro filme llamado Del amor y otras drogas. La proyección contaba la vida de Jamie Reidy, un atractivo y encantador vendedor de la empresa de productos farmacéuticos Pfizer (que puso a la venta la Viagra), que se enamora de una joven, enferma de Parkinson. La intención de la directora de la asociación fue la mejor, pero no tuvo la precaución de ver la sinopsis de la película, desbordante de sexo, parkinson y rock & roll, lo que, por cierto, provocó un fuerte alborozo en el patio de butacas. Lola no podía haberlo adivinado, claro está, y los espectadores disfrutaron como nunca. Pese a la película, que por cierto era del montón, la experiencia fue maravillosa para las cuarenta y cuatro personas relacionadas con la enfermedad de Parkinson que allí se encontraban.
Esa alegría de señora trinando coplas y caballero mascando chistes, ese alborozo en el cine, esa excursión inolvidable, esas ganas de vivir y triunfar sobre una dura enfermedad, son las que han venido a mi mente asociando ideas cuando Baldomero Guerrero, el presidente de la asociación, y Lola, su directora, me pidieron que escribiera este texto que había de publicarse hoy, 11 de abril, designado desde 1997 por la OMS como el Día Mundial de la Enfermedad de Parkinson al ser la fecha del nacimiento de su descubridor, el doctor James Parkinson, en 1817. Todos los que tenemos en común el Parkinson esperamos con la misma ilusión y alegría que esos pacientes cinéfilos derrochaban -y entre los que lamentablemente no estaba ya mi queridísimo Miguel Vélez- los grandes avances que la medicina convencional va, poco a poco, alcanzando para conseguir, algún día, curar la "parálisis agitante", como la llamó su descubridor. Es hoy, por tanto, 11 de abril, un día para estar unidos y esperanzados, para tomar conciencia de una enfermedad afilada que ataca en lo físico -con sus temblores- y en lo psíquico -con sus depresiones-. Unidos todos, en el día del Parkinson, es como conseguiremos que cada vez se puedan detectar antes las pistas que desvelan la enfermedad, a la que ha de darse conocimiento y notoriedad. También hoy debemos dar las gracias a esta asociación sin ánimo de lucro, llamada Bahía de Cádiz, abandonada ahora, en plena crisis económica, por las Administraciones públicas. No hace tanto, los representantes de esas Administraciones se hacían fotografías rodeados de pacientes que, felices, cantaban coplas y contaban chistes verdes aquel día en el cine, y por ello no deben olvidar sus promesas dadas del pasado, porque el cumplimiento de esas promesas no debe depender de circunstancias sobrevenidas, sino de necesidades humanas. Y María, mi vecina postrada, y todo el grupo de familiares y enfermos de Parkinson necesita, necesita mucho, y por ello nuestros representantes políticos no deben volver el rostro a esta dolencia sin prestar atención a la valentía y candor que vemos en las sonrisas de los que la sufren.
Enrique Montiel de Arnáiz