San Fernando

Cuando la Orden de los cartujos de Jerez se trasladó a la Villa de la Real Isla de León

"De una orden religiosa tan antigua y singular como los cartujos apenas se recoge nada. Entre otras cosas, porque, en realidad, aquí no quedó ninguna huella".

Publicidad Ai
Publicidad Ai Publicidad AiPublicidad AiPublicidad AiPublicidad AiPublicidad AiPublicidad AiPublicidad Ai
Publicidad Ai
Publicidad Ai
Cargando el reproductor....

Muy poco, prácticamente nada, ha sido divulgado un hecho que se dio en La Isla de León: la presencia y permanencia en clausura de los monjes cartujos de Jerez en nuestra villa. Además de otras comunidades de paso circunstancial, aquí solo destacaron los carmelitas y los franciscanos como órdenes masculinas.

De esas dos ordenes religiosas han proliferado informaciones extensas y existen legados en esta tierra, algunos muy importantes tanto en el aspecto artístico, cultural como religioso. Sin embargo, del paso por nuestra Isla de una orden religiosa tan antigua y singular como los cartujos apenas se recoge nada. Entre otras cosas, porque, en realidad, aquí no quedó ninguna huella de su estancia.

Bien, pues en Jerez de la Frontera, el año 1810, unos monjes que viven y practican tan severas observancias se ven abocados a abandonar su iglesia y monasterio y emprender una precipitada huida. La razón, la Guerra de la Independencia y la inminente llegada a Jerez de las tropas francesas. 

Cartuja de Jerez

La salida de los monjes lugar el 30 de enero de 1810. Las tropas francesas no llegarían a Jerez hasta tres días más tarde, los suficientes para que al ver el monasterio abandonado los propios habitantes del lugar se apresuraran a saquear todo lo que pudieron y los franceses harían el resto, hasta que, tras el saqueo y el uso inadecuado, dejar el templo y el convento en un espantoso estado de deterioro.

Los cartujos huyeron navegando por el Guadalete a bordo de una barcaza para así intentar llegar a la zona libre de ocupación, es decir a La Isla de León y Cádiz. Hubieron de detenerse en el Portal esperando el reflujo de las aguas y también en El Puerto de Santa María. A las 9 de la mañana del día siguiente, el 31 de enero llegaron al muelle de Cádiz. Una vez allí, no son bien recibidos, e incluso les es negada la autorización para desembarcar, bajo el pretexto de que no llevaban pasaporte y, dada la situación en que se encontraba Cádiz, la Junta Superior de Gobierno había dado orden de que a ningún forastero se le franquease la entrada.

Paradójicamente, por empeño del cónsul inglés pudieron conseguir una orden para que los admitieran en uno de los buques españoles que estaban en la bahía y en vista de ella el General de la Escuadra les dio refugio en el navío Príncipe de Asturias.

Eran las 12 del día 1 de febrero cuando subieron a bordo siendo alojados en la Santa Bárbara, en la popa, sobre el almacén de la pólvora, donde sufrieron grandes incomodidades pues, según dejaron constancia, “hubo mas o menos calabazadas y topetones en sus techos, y en una gran viga que llamaban caña del timón según el mayor o menor cuidado que cada uno ponía en andar inclinado”. A todo ello se añadió que se vieron acometidos por una plaga de piojos.

Ante esta situación, el prior se vio obligado a implorar auxilio para sus monjes encontrándolo, sobre todo, en los carmelitas, pero también en los dominicos y agustinos.

El padre prior veía con gran disgusto y preocupación como su comunidad se encontraba dispersa y desatendida, de modo que comenzó a buscar solución a ese estado de cosas encargando gestiones a personas de su confianza quienes le avisaron de que con motivo “de haberse trasladado la Regencia y Cortes desde la Isla de León a Cádiz, había quedado desocupada en aquel pueblo una casa muy capaz con una hermosa capilla. Reconocida y ajustado en 540 reales mensuales, y con la obligación de decir todos los días de fiesta una misa al público y por la intención del dueño de la casa, mandó y dispuso nuestro P. que inmediatamente pasásemos a ella, lo que se verificó con sumo placer de todos”.

Capilla de la Asunción o del Auditor.

Ycontinúan. “Desde nuestra llegada al nuevo hospedaje, se entabló la distribución de horas y un método de vida el más análogo a nuestro Instituto según lo permitían las circunstancias del tiempo y de la Casa…Así pasábamos días y meses y vino a ocurrir la muerte de nuestro hermano converso fray Gabriel Sánchez.

Este religioso que siempre se había esmerado en el desempeño de cuanto le ordenaba la obediencia y aún durante nuestra expatriación había dado pruebas de su fidelidad y amor a la Comunidad, murió en la Isla de León el 17 de enero de 1812, dejándonos edificados tanto por su paciencia durante su penosa enfermedad, como por su participación y alegría particularmente al acabar de recibir a S.D.M.

Era preciso, según las órdenes de policía enterrar su cadáver en el Campo Santo que había fuera del pueblo, pero los PP. de San Francisco, que durante nuestra mansión en la Isla se mostraron muy atentos con nosotros y nos hicieron varios favores, se portaron en esta ocasión aún mejor de lo que pudiéramos desear, porque no solo nos facilitaron el Santo Óleo y Ritual, sino que también se ofrecieron a dar sepultura al cadáver en su mismo Campo Santo, tomando por su cuenta conducirlo de manera que no hubiese notoriedad para cuyo fin pareció indispensable valerse de la 1ª vigilia de la noche y abstenerse de luces y demás aparato exterior, supliéndose todo esto con el que dispuso así que llegó el cadáver al convento” franciscano.

Tras la derrota francesa y su retirada, prior cartujo fue a reconocer el monasterio, y a pesar del destrozo que advirtió, como consideraba preciso introducirnos en él, nos mandó aviso para que acudiésemos sin pérdida de tiempo, y al siguiente día de su recibo que fue lunes 31, del mismo agosto, nos hicimos a la vela entre 7 y 8 de la mañana desde el Caño de Herrera y aunque nuestra navegación fue feliz por lo respectivo a la mar, pero llegados al río fue preciso detenernos por comenzar ya el declive de las aguas, y hubimos de esperar, quasi hasta ponerse el sol, la segunda creciente, con cuya detención se ejercitó no poco nuestra paciencia, pero al fin nos condujo Dios in portum voluntatis nostae, que era el Portal de Jerez, donde había carros prevenidos para conducirnos con todo el equipaje a nuestro Monasterio, en el que entramos cerca de la media noche del citado día 31 de agosto de 1812”.

Así terminaba la aventura, las desdichas vividas a bordo del Príncipe de Asturias, la dispersión de la Comunidad y, como años más gratos el paso y la estancia de los monjes cartujos en nuestra Isla de León. Al contrario de otras órdenes religiosas, sobre todo carmelitas y franciscanos, nada dejaron en La Isla salvo la labor espiritual realizada, el cariño que les profesaron los isleños, la edificación fervorosa y los restos de fray Gabriel Sánchez.

Nota:

‘Los cartujos de Jerez en La Isla de León (1810-1812)’, fue el tema de la conferencia ofrecida por Jose Carlos Fernández Moreno en la Academia de San Romualdo que sigue manteniendo su programación a través de las nuevas tecnologías sustituyendo así la actividad presencial ante la situación de alarma sanitaria provocada por la pandemia del Coronavirus.

En la conferencia, José Carlos Fernández Moreno, escritor, dramaturgo, expresidente de esta Academia durante el periodo entre 2004 y 2016 y actual censor de la Junta de Gobierno, habló sobre la presencia de esta orden religiosa en San Fernando, su presencia en Jerez y aportando una semblanza sobre las características del espíritu y filosofía de la comunidad contemplativa fundada por San Bruno en el año 1084.

Lo que se ofrece es un extracto en el que habla de la estancia de la Orden en San Fernando.

TE RECOMENDAMOS

ÚNETE A NUESTRO BOLETÍN