Sevilla

Un ucraniano entre 25 rusos

El Zenit de San Petersburgo está en Sevilla para disputar el duelo contra el Real Betis de la Europa League

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El ataque de Rusia a Ucrania ha tenido el involuntario efecto colateral de poner en el foco al defensa central Yaroslav Rakitskyy, único ucraniano entre los 25 jugadores inscritos en la UEFA por el Zenit de San Petersburgo ruso que hoy se enfrenta al Betis en el Benito Villamarín en la vuelta de los diecisesisavos de final de la Liga Europa.

Yaroslav Rakitskyy y el entrenador del Zenit, Sergei Zemak, comparte nacimiento ucraniano aunque no nacionalidad, aunque ambos nacieron y fueron soviéticos hasta la caída y desmembración en 1991 de la Unión de Repúblicas Socialista Soviéticas, la URSS, momento desde el que uno tiene pasaporte de Ucrania y el otro de Rusia.

La relación entre fútbol y política, en su más amplio sentido de la palabra, es tan antigua como la existencia de este deporte y de aficionados en sus estadios, cuyas gradas y terrenos de juego han sido el escenario en el que se han dirimido rivalidades enconadas y enemistades religiosas, económicas, sociales y de toda índole.

Rusia era así llamada en Europa pese a que desde comienzos de la década de los veinte del siglo pasado no era ya exclusivamente la patria de los zares, sino una confederación de repúblicas muy heterogéneas bajo la estricta férula unificadora del régimen comunista de Moscú.

Al oeste, en la parte occidental del entonces llamado 'Telón de Acero' o países del Pacto de Varsovia, todo parecía igual aunque no era lo mismo, desde la selección que se aparecía a los occidentales con los caracteres cirílicos de CCCP, la traducción de URSS, hasta los muchos Dinamos que se decían rusos pero que no lo eran, aunque sí soviéticos.

En Moscú había un Torpedo, un Spartak, un CSKA y un Dinamo, como también lo había en la georgiana Tiflis o la ucraniana Kiev, todos de la Unión Soviética hasta que ésta dejó de existir como tal y sus mitos empezaron a serlo también de las nuevas nacionalidades, tan antiguas.

Así, los que hasta ayer tenía la condición de mitos rusos en genérico, la de soviéticos en puridad, empezaron a ser lo que eran por su nacimiento y Oleg Blokhin o Protasov empezaron a ser ucranianos, Shengelia de Georgia y Lev Yashin, la Araña Negra, de Moscú, Rusia, la de los zares.

Es en este convulso contexto del derrumbe de la Unión Soviética en la que, al amparo de las nuevas nacionalidades emergentes, aparecen las nuevas rivalidades, que se hacen también más que evidentes en las antiguas repúblicas que se habían distinguido como vivero de genios del baloncesto como las Bálticas.

Este escenario es en el que Yaroslav Rakitskiy, nacido soviético en 1989, empieza a jugar al fútbol en el Shakhtar Donetsk de su país en 2007 y lo hace naturalmente hasta que en enero de 2019 ficha por el Zenit de San Petersburgo y, lo que era natural, deja de serlo por la traslación de la política al fútbol.

Diez meses más tarde de recalar en la ciudad de los zares, Rakitskyy abandona la selección de Ucrania no sin antes acusar a su entrenador, su compatriota Andrei Shevchenko, de no haberlo convocado desde que fichó por el equipo ruso, de mezclar la política.

Decía así su 'do svidania', su adiós, a la selección con la que había jugado 54 partidos y disputado las Eurocopas de 2012 y 2016 con el único apoyo de Oleg Salenko, el exlogroñesista y valencianista que fue máximo goleador del Mundial de 1994 y en el que confluían mucha de la complejidad de la URSS: su padre era ucraniano y jugó en el Dinamo Kiev, aunque optó por la selección rusa.

'El gran fútbol se ha transformado en la gran política', sentenció el zaguero ucraniano en sus redes sociales ante lo que estaba viviendo.

Ya estaba en marcha el conflicto bélico entre Ucrania y las milicias prorrusas en las regiones de Donetsk y Lugansk, provincia de nacimiento del entrenador del Zenit que hoy ha sido invadida por columnas de tanques rusos, según ha denunciado el Gobierno de Ucrania.

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