Aun dando por bueno el argumento de Pablo Iglesias de que ningún gobierno estaba preparado para afrontar la pandemia, se le podría contestar que
el suyo, el que menos. Antes del estado de alarma, el pacto estaba cogido con alfileres, dependiendo de partidos independentistas y sin proyecto económico sólido.
En la agenda institucional ocupaba todo el protagonismo la mesa de diálogo con
Cataluña y la eutanasia. En los estrictamente vinculado con la crisis sanitaria, los errores de bulto que ha cometido el máximo responsable de Unidas Podemos y Pedro Sánchez han sido señalados ya
por la más rigurosa prensa internacional.
España desoyó las advertencias de la Organización Mundial de la Salud (OMS) desde enero. Tanto Pablo Iglesias como Pedro Sánchez alentaron las multitudinarias manifestaciones del 8M cuando lo que deberían haber hecho es prohibir cualquier concentración masiva de personas, desde elmitin de Vox a los partidos de fútbol.
El mando único ha resultado un desastre. El Gobierno anunció el confinamiento pero no lo hizo efectivo hasta 24 horas después, facilitando un éxodo masivo de zonas donde los contagios estaban descontrolados a otras en las que aún se contenía la epidemia. La compra de test rápidos ha sido un fracaso y no se han depurado responsabilidades políticas y técnicas pese a la pérdida de un tiempo valioso. Es inexplicable que, tal y como publicaba El Mundo esta semana, el Ejecutivo vetara la venta de mascarillas a las comunidades autónomas.
Los ministros comparecen para contradecirse unos a los otros, como hicieron este jueves la ministra Montero, anunciando el inicio de la desescalada del encierro, y el ministro Illa, negando la mayor. El mismo día que el Gobierno adelanta una relajación en el estado de alarma, la OMS advierte del riesgo de precipitarse porque puede provocar un posible “repunte mortal”.
Por otro lado, el Gobierno no dice la verdad.
El escándalo sobre el conteo de víctimas mortales es una auténtica vergüenza. El desprecio a los fallecidos y sus familias es
odioso e intolerable. Ningún miembro del equipo de Pedro Sánchez ha explicado qué está pasando verdaderamente.
Entretanto, el presidente plagia a Churchill y Kennedy en un empeño equivocado y vergonzante de levantar la moral a un país que
no necesita farfolla, sino la verdad. La televisión pública, por su parte, estrena una comedia para desdramatizar los rigores del confinamiento. Pero el ente, que sostenemos entre todos, debería dedicar sus emisiones a abordar, desde la pluralidad y con expertos en diversas materias, la situación en la que nos encontramos y el futuro que nos espera.
Y abrir debate.
Estamos asumiendo un
recorte de derechos sin parangón en la historia constitucional española y vamos a seguir en una situación parecida durante un tiempo indefinido. El Gobierno ha puesto sobre la mesa la
geolocalización de todos los ciudadanos, la expedición de
pasaportes serológicos distinguiendo entre sanos, contagiados asintomáticos e infectados, y tomando
medidas de calado económico sin contar con el consenso debido, convirtiendo a los autónomos y las pequeñas y medianas empresas en paganas de la primera oleada de la crisis.
La única salida a esta situación es la
ruptura del acuerdo entre PSOE y Unidas Podemos y la organización de un Gobierno de concentración que tome las riendas de la situación,
anteponga los intereses generales a la ideología (justo al contrario de lo que está pasando porque en el mundo empiezan a temernos como el último reducto del comunismo en Occidente)
y no mienta. Cada minuto que pasa, la gravedad es mayor y rectificar será más doloroso. Apenas sabemos nada del virus.
Esto no va de doblar la curva de contagiados exclusivamente. Se trata de qué país vamos a ser justo el día después.