El Gobierno de España, con Mariano Rajoy como presidente, sufrió un desproporcionado ataque pero perfectamente orquestado
tras tomar la decisión de sacrificar a un perro, Excálibur, con el objetivo de frenar posibles contagios de ébola.
El vídeo en el que una turba descontrolada desborda el cordón policial y rodea el vehículo con los restos del animal al grito de
“asesinos” e “hijos de puta” (si lo repite y lo hace en voz alta se le erizará el vello) es terrible por la enorme carga de violencia y sinrazón de quienes lo protagonizan. Jóvenes y no tan jóvenes con rostros desencajados, responsabilizan a gritos al Ejecutivo de la muerte de la mascota de una enfermera negligente que enfermó pero la curaron.
Inevitablemente tuve que preguntarme cuando volví a verlo
dónde estarán ahora aquellos que le dieron rienda suelta al odio ideológico, asaltando el furgón y vomitando bilis en las redes sociales contra un Gobierno que solo hizo lo que tenía que hacer para evitar cualquier posibilidad de que sufriéramos una epidemia. Y de manera exitosa.
Me pregunté dónde estaban porque querría preguntarles qué sienten cuando escuchan al equipo de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias admitir casi un mes y medio después del inicio del confinamiento que el número de víctimas mortales por coronavirus es, tal y como venían denunciando comunidades autónomas y jueces,
mayor del que oficialmente recogen las estadísticas de la vergüenza que publican cada día sin que las banderas ondeen a media asta. Como si 20.000 muertos no fueran suficientes.
Ojalá, me dije, cualquiera de aquellos que participaron de los incidentes por el sacrificio de Excálibur me explicara qué siente cuando se entera del parte diario, como si se estrellaran dos aviones cada 24 horas, y los escalofriantes testimonios de familiares que han perdido a abuelos, madres, a sus seres queridos, en hospitales sin respiradores o en residencias de mayores de toda España.
¿Están dispuestos los que defendieron la vida de Excálibur enfrentándose a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado entonces a
levantar la voz ante el brutal recorte de derechos que sufrimos ahora y que se agravará en el futuro de acuerdo a los globos sondas enviados por la coalición de progreso?
Porque, perdida la batalla económica y laboral, abocados a sufrir un desempleo galopante y los rigores de una crisis sin precedentes por la decisión del Gobierno de endeudarse, abandonar al empresariado y tirar por la calle de en medio con una renta universal que no socorre a quienes menos recursos tienen, sino que los empobrece, perdida esa batalla, como digo, ahora se abre otra. La de la libertad. Y pinta feo.
La repugnante pregunta de Tezanos en el CIS, que abre la puerta a la censura previa, cuestiona la libertad de prensa, y consagra el poder absoluto de las fuentes oficiales, verificadoras de la realidad, no ha sido afeada por ninguno de los ministros, por nadie de los dos partidos, PSOE y Unidas Podemos, que sostienen el Gobierno, ni tan siquiera por los versos sueltos que a veces se presentan como tipos sensatos.
Convertir las mascarillas en mordazas no es fácil porque el aparataje constitucional tendría que impedirlo. Pero conviene recordar que los nacionalistas catalanes dieron un golpe de Estado y fueron condenados y puestos en libertad prematuramente con la misma legislación. De cualquier tentación autoritaria, y Pablo Iglesias ha demostrado que tiene una maníatica tendencia a nacionalizar empresas, incluyendo la intervención de los medios de comunicación, o monitorizar redes sociales, solo nos salvará el espíritu crítico, el diálogo, y el compromiso de defender la libertad sea cual sea el precio.
Me aterra las consecuencias de la pandemia, pero confío en la ciencia. También me quita el sueño perder los derechos que a tantas generaciones de españoles les costaron conseguir, incluso perdiendo la vida, y disfrutamos desde hace 40 años. En esto no se trata de confiar, sino en apelar la grandeza de nuestro país.
Aquí sí podemos y debemos actuar. Ya.