Sánchez habla y habla y habla y no se le entiende nada. Hasta el inicio del confinamiento, era muy probable que pillaras a cualquier hora a la que te sentaras frente al televisor un capítulo repetido de Los Simpson. Desde que se decretó el estado de alarma, lo normal es que aparezca el presidente del Gobierno con inapropiada corbata de color rojo o similar.
Sus comparecencias son interminables, imposibles de seguir con atención, por su tono monocorde que crispa los nervios y por las inconcreciones. Pero este sábado pasó lo que más pronto que tarde tendría que pasar. Como el jefe del Estado Mayor de la Guardia Civil, patinó y acabó reconociendo la verdad que el aparato de propaganda trata de ocultar por todos los medios: el Ejecutivo no tiene plan B.
Una muy mala noticia. Porque si el Gobierno no tiene planteados todos los posibles escenarios a los que nos vamos a enfrentar ahora y más adelante, no únicamente en materia sanitaria, sino en los ámbitos económico, social, político, entre otros,
estamos perdidos.
Desde que presentó el plan de desescalada, confuso e inconsistente,
la sensación que ha cundido es que Pedro Sánchez ha fiado el futuro del país a la suerte. Sin test masivos y sin que dispongamos de equipos de protección individual (ni los sanitarios los tienen ni los ciudadanos en general accedemos con facilidad a ellos en farmacias pese a que este lunes vamos a tener que llevar mascarillas obligatoriamente), se han levantado parcialmente las restricciones para poder pasear por pura presión de la opinión pública y, me temo, como experimento social.
A estas alturas,
siguen sin fundamentar las razones por las que se puede salir a la calle ahora y no hace una semana o qué criterio se sigue para establecer turnos horarios y por edad. ¿Acaso está en las mismas condiciones de vulnerabilidad un señor mayor de 90 años con un marcapasos que una señora de 71 con salud de hierro?
En el ámbito económico, los planteamientos para recuperar la actividad económica no han contentado a nadie. De hecho,
hoy hay mucho más temor al futuro inmediato. El Gobierno no ha valorado las necesidades de cada sector.
La falta de previsión, que no es más que consecuencia de la falta de control de la situación por parte de un
Ejecutivo dividido, inexperto, extremadamente ideologizado y sectario, aboca a la ruina a sectores de gran importancia económica para España, Andalucía y, muy especialmente, la provincia de Cádiz.
El turismo, la restauración y la hostelería contienen la respiración y
reclaman consenso y diálogo, cintura y flexibilidad en las condiciones de la vuelta. Porque, insisten,
es importante cuándo podrán abrir pero, sobre todo, el cómo.
Las declaraciones de la vicepresidenta la vicepresidenta cuarta y ministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, espetándoles al sector un “si no se sienten cómodos, no abran”
demuestra poca sensibilidad con los miles de hombres y mujeres que dependen de sus negocios o de los empleos en esos negocios para vivir y una insoportable irresponsabilidad.
El aparato de propaganda lleva varios días trabajando a destajo. Los mensajes de los cargos públicos y orgánicos de los partidos que sustentan el Gobierno
apuntan a los empresarios a los que acusan de falsedades (he podido escucharlas en vivo y en directo) como que quieren abrir al cien por cien pese al riesgo sanitario, estigmatizando a todo un sector productivo de suma importancia. Todo porque el Gobierno no sabe cómo salir de esto,
no es capaz de ofrecer alternativas ni certezas.
Lo dijo el presidente este sábado.
No hay plan B. Ni en materia sanitaria, ni en lo económico, social o político. Lo único que tiene claro es que va a seguir con el estado de alarma, suspendidas nuestras libertades, porque, c
onfinados y amordazados, él, Ribera y el resto del Gabinete se sienten a salvo. Del virus. Y de las exigencias democráticas.